Admirar a alguien incondicionalmente no debería resultar un impedimento a la hora de poner los puntos sobre las íes y saber cuándo hay que insultar con vehemencia su memoria o, llegado el caso, escupir sobre la tumba de sus antepasados y maldecir a su descendencia.
Esta reflexión viene al hilo de 976: El teléfono del infierno, primera película dirigida por el actor Robert Englund. Y es que aquí, en este vuestro blog, a Englund le queremos. Le queremos mucho. Y consideramos que ya merece pasar a los anales del cine y la televisión de todos los tiempos tan solo por dos de sus más celebrados trabajos. Véanse:
Efectivamente, a Englund lo conocimos encarnando a Willy, el lagarto bueno de V, la mítica serie televisiva de Kenneth Johnson que popularizó términos como invasión, visitantes, resistencia o zorra del espacio. Y acto seguido, alcanzó la fama a nivel mundial al interpretar un personaje en las antípodas del bondadoso alienígena que no hablaba inglés con fluidez: Englund fue nada más y nada menos que Freddy Krueger, el maestro de los malos sueños, en Pesadilla en Elm Street de Wes Craven... y en todas las secuelas que vinieron después (incluyendo la que enfrentó a Freddy contra Jason, el asesino de Viernes 13) y la serie televisiva Las pesadillas de Freddy.
Pero hete aquí que el actor no se quiso conformar con restringir su carrera a su faceta de intérprete, donde cuenta ya con más de cien filmes incluyendo cosas tan interesantes como Trampa mortal de Tobe Hooper, Enterrados vivos de Gary Sherman, la cult movie Las aventuras de Ford Fairlane de Renny Harlin o el falso documental Behind the Mask; así como divertimentos de la talla de Hatchet, Jack Brooks: Monster Slayer o 2001 Maniacs. Y así fue que en 1989 decidió debutar en la dirección con esta 976-Evil, un bodrio con todas las de la ley, como veremos a continuación.
El film en cuestión está protagonizado por una pareja de primos... en sentido estricto: la madre de uno es la tía del otro. No se entienda entonces el término en sentido despectivo, porque primo como atolondrao solo lo es uno de ellos, Hoax, el típico nerd inadaptado en el instituto al que los macarras del centro propinan repetidas palizas, se preocupan por su aseo personal y lo bañan en el retrete (de cuello para arriba) y se ríen de su escaso éxito social. En cambio, su primo Spike es un adolescente popular, un tipo duro, un motero rebelde que triunfa entre las mujeres y que desvalija a sus contrincantes jugando al póker. O sea, un James Dean de bajo presupuesto al que se le suele ver a lomos de su moto en compañía de su novia (Lezlie Deane, que trabajaría después con Englund en la sexta entrega de la saga Pesadilla...), que también responde a un arquetipo: la típica rubiales rebelde que no usa sujetador y que se escapó del colegio de monjas para ver mundo, como Kane en Kung Fu.
Hete aquí que el tiempo pasa: el adolescente rebelde se entretiene con la rubiales, mientras que su primo primo se aburre soberanamente, y de ahí a llamar al 976-Evil, el teléfono del Horroróscopo, hay un paso. Ya son ganas de tirar el dinero, pensarán ustedes, pero como el recibo lo paga la madre del susodicho y tía del anterior, una anticuada fundamentalista religiosa estilo madre de Carrie con sobredosis de pasteles caseros y gatos domésticos, el pobre perdedor no tarda en marcar el número prohibido... y abrir las puertas del averno, al menos para el desprevenido espectador.
Como no podía ser de otra forma, a través de la línea telefónica un poder demoníaco acaba por poseer al muchacho, que a partir de entonces se vengará de aquellos delincuentes del instituto que se metían con él -uno de ellos Darren Burrows, el joven indio de Doctor en Alaska, aquí clavadito a un Billy Drago teen- gracias a unas garras mortales que le crecen cual Lobezno de la Patrulla-X.
A partir de entonces, las víctimas se van sucediendo, y para detener a Hoax tendrán que unir sus fuerzas Spike, un detective de Policía muy enrollado y la profesora -la más enrollada, claro- del instituto, que verán cómo el hogar de Hoax y su tía se ha convertido en una versión helada del Hades gracias a los efectos especiales, o defectos especiales como los definió en cierta ocasión un afortunado Albert Solé.
En fin... 976: El teléfono del infierno, además de enseñarnos que el susodicho no es el 666 que todos creíamos (por lo visto, el auténtico Reino de Satán amenazó con demandar a los productores del film viéndose venir las numerosas llamadas a cobro revertido que iba a suponer el seguro que descomunal éxito de la cinta), nos corrobora también ese gran consejo de "Zapatero a tus zapatos" que tantas veces hemos comentado en esta graciosa sección al hilo de diversas basuras infectas dirigidas por actores, y es que no todo va a ser Bailando con lobos o Braveheart...
Casi veinte años ha tardado Robert Englund en volver a dirigir, y se entiende. Lo que no se entiende es su indudable obsesión por el tema de la posesión, los demonios menores y elementos adyacentes: con Killer Pad, birriosa cinta estrenada -imagino que en un par de salas o tres de todo el orbe- en 2008, Englund reincide en el tema, ahora mezclando ya sin tapujos terror y comedia adolescente en un film que se anuncia como de los productores de Colega, ¿dónde está mi coche? (sí, así lo anuncian, al parecer no les da vergüenza) y en el que unos universitarios deciden marcharse a vivir a Los Ángeles, la meca del cine, con el fin de vivir a todo trapo rodeados de lujos y bellas mujeres... sin saber, claro, que la mansión que alquilarán está situada en una de las puertas del Infierno, y que sus sexys vecinitas no son otra cosa que terribles súcubos (y es que no se puede tener todo).
En fin, humor grueso y zafio que da más asco que risa. Más o menos lo mismo que esta 976: El teléfono del infierno, un film que para asombro de propios y extraños contaría con una secuela... dirigida por el Inefable Jim Wynorski (sí, ya sé que siempre que hablamos de Wynorski lo llamamos "Inefable", pero es que no es un adjetivo, es su primer nombre de pila), y que se anunciaba con la frase: "Muy pocas veces una secuela resulta tan terrorífica como la cinta original". Efectivamente, en este caso es muy probable que lo consiguieran, porque el film de Englund da de todo menos miedo.
Aunque una cosa sí es cierta: el valor didáctico de un film como 976: El teléfono del infierno está fuera de toda duda. Como tantas otras películas de terror o thrillers, el film dirigido por Robert Englund nos recuerda que un teléfono es un arma mortífera, un objeto del demonio, y que eso no se toca (nene). Si no, vean las películas adoctrinantes que siguen, y que nos deberían enseñar de una vez por todas que cuando el teléfono suena lo mejor es no cogerlo y dejarlo sonar: podría ser una llamada del Infierno; o peor aún, una compañía telefónica que con voz aterciopelada nos promete llamadas locales a precio reducido y cien SMS gratuitos con el fin de poseer nuestra alma y hacerse con una nueva domiciliación bancaria; o peor todavía: podría ser Richard Chamberlain, el de El Pájaro Espino...
Así que ya sabéis, escuchad el consejo de Drew Barrymore, que de esto sabe mucho: no bebáis, no fuméis, no os droguéis... pero, sobre todo, no cojáis el teléfono, leche.
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