La Revolución industrial, la aparición del ferrocarril y el achicamiento de las fronteras (todo parecía estar más cerca, más accesible) supuso la llegada de la corrupción empresarial del Viejo Continente al Nuevo Mundo, lo cual acabaría trasladándose también, con el paso del tiempo, a la representación cinematográfica de toda una época.
Esto supuso la aparición del llamado western crepuscular (o western sucio, en contraposición con el limpio, el cine del Oeste clásico), una serie de películas que mostraban el ocaso de la figura del pistolero tal y como lo conocíamos.
Y aunque había antecedentes puntuales (por ejemplo, algunos rasgos de los films de Anthony Mann con James Stewart, como Colorado Jim o El hombre de Laramie), fueron dos cineastas los que marcaron el cambio de la figura icónica del género, del vaquero heroico encarnado por John Wayne al antihéroe oscuro que popularizó Clint Eastwood.
Después de filmar con este último la célebre "Trilogía del Hombre sin Nombre" (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo) y configurar así los estilemas del spaghetti western o eurowestern, el cineasta italiano Sergio Leone dirigió en 1968 Hasta que llegó su hora, la obra maestra absoluta de esta corriente.
El film, penúltimo western de su realizador (después solo llegaría a filmar la decepcionante Agáchate, maldito y el film de gángsters Érase una vez en América), es una narración de atmósfera mortecina, una danza de la muerte que arranca con el enfrentamiento entre el silencioso Armónica y tres pistoleros a los que debieron interpretar en un principio Eastwood, Eli Wallach y Lee van Cleef, los protagonistas de su film previo, en una diáfana metáfora de la ruptura con todo lo anterior.
A partir de ahí, Leone construye una opera magna sobre el fin de una época, reflejada en una serie de personajes destinados al olvido o la muerte: el citado Armónica, que por una razón desconocida hacia el final busca venganza; el pistolero Frank, un hombre de gatillo fácil al servicio de los intereses de una corrupta compañía ferroviaria; Cheyenne, un canalla delincuente al que intentan colgarle todos los delitos de la comunidad; y Jill, una prostituta llegada de Nueva Orleans en busca de su nuevo marido y sus hijos, para encontrar tan solo sus cadáveres.
Un argumento el del film que, en realidad, no aporta nada nuevo, más allá de su meticulosidad a la hora de mostrar los cambios que empezaba a experimentar el Far West, pero que en manos de un portentoso Leone, acompañado por los entonces desconocidos Dario Argento y Bernardo Bertolucci al guión, una fotografía soberbia de Tonino Delli Colli y una partitura inolvidable de Ennio Morricone, por no hablar de un reparto espectacular (encabezado por Claudia Cardinale, Henry Fonda, Jason Robards y Charles Bronson), se convierte en un film inolvidable, cargado de poesía y emoción.
Pero si hubo un director de cine que definió el western crepuscular, ese fue el californiano Sam Peckinpah. Dos años después del estreno de la obra maestra de Leone, el autor de Duelo en la Alta Sierra (este, ya un western crepuscular de altura) filmaba La balada de Cable Hogue, otra película sobre la importancia de los nuevos medios de locomoción (aquí, la aparición del automóvil) y la necesidad de contar con pozos de agua.
El protagonista del film es Cable Hogue, un pobre hombre sin oficio ni beneficio, al que interpreta de nuevo un impecable Jason Robards, que tras estar a punto de morir por deshidratación en el desierto, encuentra un pozo natural de agua que acaba inscribiendo a su nombre. En su negocio se verá acompañado por la prostituta Hildy (Stella Stevens) y por Joshua, un predicador (un estupendo David Warner); pero el negocio se tambaleará con la invención de los primeros automóviles...
Es curioso que de la mano de un director tan vinculado a la lírica de la violencia (recuerden títulos como Grupo salvaje, Perros de paja, La huida o Quiero la cabeza de Alfredo García) filmase una película tan lírica y sosegada como esta La balada de Cable Hogue, un film elegíaco que versa, como la cinta de Leone, sobre una etapa histórica y vital irremediablemente abocada a su fin.
HASTA QUE LLEGÓ SU HORA deberia de estar en los museos.
ResponderEliminarEn cuanto a Sam Peckinpah, a mí me llega mucho más PAT GARRETT & BILLY EL NIÑO.
Totalmente de acuerdo en lo referente a Peckinpah: aunque LA BALADA DE CABLE HOGUE es una grandísima película, PAT GARRETT & BILLY THE KID es incluso superior. Creo que junto con GRUPO SALVAJE, son mis dos films favoritos del viejo Sam. Aunque cómo no citar DUELO EN LA ALTA SIERRA, PERROS DE PAJA, LA HUIDA o QUIERO LA CABEZA DE ALFREDO GARCÍA...
ResponderEliminarY sobre lo del film de Leone, más de acuerdo aún.
totalmente de acuerdo con ambos. Hasta que llegó su hora es una obra maestra con un lirismo innnegable, y Pat Garrett y Billy the kid quizás es bastante más crepuscular que La balada de Cable Hogue, ya que aunque la balada como bien has dicho por temática sí sea crepuscular, su tono de comedia la hace menos arquetípica del género. Algo que sí se da en Pat Garrett.
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