Después de dedicarle a Chuck Norris su particular Double Feature, no podía faltar el correspondiente programa doble protagonizado por Charles Bronson, un actor claramente superior (lo cual tampoco es decir mucho, de todas formas) y que cuenta en su filmografía, antes de convertirse en una estrella de subproductos de acción directos a la estantería del videoclub, con películas de la talla de Los siete magníficos, La gran evasión, Doce del patíbulo o la inolvidable Hasta que llegó su hora.
Los films que aquí comentaremos no llegan a la altura de los mencionados, pero tampoco forman parte de lo peor de su producción, particularmente la primera que sacamos a colación: Caza salvaje (Death Hunt en el original) es una producción de 1981 dirigida por Peter Hunt y donde este intérprete de ojos achinados y sonrisa -las pocas veces que la mostraba- cínica y descreída, que empezó a destacar de la mano de Robert Aldrich y Burt Lancaster en Apache y Veracruz, se las ve con Lee Marvin, con el que ya coincidiera en la mencionada cinta bélica de Aldrich.
Al parecer basada en un hecho real, la acción del film se desarrolla en el Yukon de 1931, y cuenta la odisea de un cazador furtivo perseguido a lo largo y ancho de las montañas por los lugareños, con los que se ha enfrentado tras salvar a uno de los animales a punto de morir en una lucha de perros.
Bronson interpreta al antihéroe protagonista, mientras que Marvin hace las veces del sargento de la Policía Montada del Canadá encargado de darle caza, y al que acompañan el hoy productor Andrew Stevens como un novato que sigue las reglas al pie de la letra, así como Carl Weathers (el Apollo Creed de Rocky) como el compañero y fiel amigo del primero.
El reparto se completa con el imprescindible Ed Lauter interpretando al líder de los cazadores que persiguen al protagonista, en un grupo donde destacan secundarios habituales como William Sanderson, Maury Chaykin o Len Lesser.
El film, aunque ambientado en los años 30, es sin duda una suerte de western contemporáneo, que bebe (sin llegar a su altura, claro está) de los films crepusculares de Sam Peckinpah (particularmente, de Duelo en la Alta Sierra o Quiero la cabeza de Alfredo García, aunque el retrato de los violentos nativos recuerde también a Perros de paja), pero también de ilustres enfrentamientos cinematográficos, como aquel que enfrentó al propio Marvin con Toshiro Mifune en Duelo en el Pacífico.
A destacar especialmente, además de la presencia de la emblemática Angie Dickinson (inolvidable en Río Bravo o Código del hampa), los estupendos y ásperos diálogos y los bellos escenarios naturales, la realización concisa y sin aspavientos de Robert Hunt, un cineasta ya fallecido que pasará a la historia por debutar tras la cámara con la única película de James Bond protagonizada por George Lazenby: 007 al servicio secreto de Su Majestad.
Cuando se estrenó Caza salvaje, Bronson ya había interpretado la emblemática El justiciero de la ciudad, además de títulos reivindicables como Mr. Majestyk de Richard Fleischer, El luchador de Walter Hill o Nevada Express de Tom Gries. Pero un año después, en 1982, volvería a interpretar al arquitecto Paul Kersey en la primera secuela de la citada El justiciero de la ciudad. La saga tendría hasta cinco entregas... y nada volvería a ser lo mismo.
De esta última fase de su filmografía, repleta de subproductos y donde brilla particularmente su cometido como padre de los protagonistas de Extraño vínculo de sangre (The Indian Runner) -el debut como director de Sean Penn-, también puede rescatarse Kinjite: Prohibido en Occidente, producción de 1989 dirigida nada más y nada menos que por J. Lee Thompson.
Thompson, que vivió su época de esplendor en los años 60 al filmar títulos como Los cañones de Navarone, El cabo del terror, Taras Bulba o El oro de Mckenna, llevaba ya años al servicio de un Bronson convertido en star del subgénero, y con quien trabajó en nueve títulos, destacando Caboblanco o La ley de Murphy.
En Kinjite, Bronson interpreta a Crowe, teniente de la Policía de Los Ángeles, un hombre que vive felizmente con su mujer (Peggy Lipton, recuperada ese mismo año por David Lynch en Twin Peaks, donde interpretó a Norma Jennings) y su hija adolescente, pero al que atormenta un trabajo al que se dedica con pasión... sobre todo cuando se trata de enfrentarse a Duke (Juan Fernández), un pequeño mafioso que vive del tráfico de droga y la prostitución.
La acción se disparará tras el secuestro de la hija de un hombre de negocios japonés, que forma parte de la comunidad nipona de Los Ángeles. La investigación por parte de Crowe, que es reacio a mezclarse con los japoneses, volverá a llevarle irremediablemente a su odiado Duke...
En este film, Thompson demuestra claros signos de cansancio, recurriendo a viejas fórmulas y confiando por entero en el reclamo de su protagonista. Por ello, su puesta en escena es gris e impersonal, y no aporta nada novedoso ni consigue transmitir emoción alguna. Ahora bien, lo que salva a Kinjite es el retrato de la confrontación entre la cultura oriental y la occidental (vista así, el film es como Yakuza de Sydney Pollack en clave de serie B), y muy especialmente por el aroma conservador del film: el guión dibuja a la perfección al personaje de Bronson como un hombre claramente racista (que se apunta así a la nómina de ilustres racistas del cine: John Wayne en Centauros del desierto, Anthony Quinn en Pánico en la calle 110, Mickey Rourke en Manhattan Sur), así como un individuo atormentado por la presencia del sexo alrededor de su vida, que entiende como amenaza hacia su hija, la típica norteamericana rubia y de ojos azules que se verá acosada en el autobús por un misterioso japonés... que no es otro que el padre de la joven secuestrada.
Finalmente, señalar que este reivindicable Kinjite fue la última película de J. Lee Thompson, que fallecería el 30 de agosto de 2002. Justo un año después, el 30 de agosto de 2003, sería el propio Charles Bronson, fiel compañero suyo en los últimos largometrajes de su filmografía, quien pasaría a mejor vida. Descansen ambos en paz.
Y es que, a pesar de los pesares, todos hemos pasado buenos ratos viendo alguna de esas peliculillas de Bronson, por lo que me parece muy justo por tu parte destacar algunas obras que tenían sus méritos. Yo fuí más cutre y tuve los santos cojo-ejem-ejem-es de hacerme un maratón Death Wish durante un fin de semana...
ResponderEliminarNo me diga más: yo grabé anoche la primera DEATH WISH / EL JUSTICIERO DE LA CIUDAD, que llevo así como unos 40 años sin ver (y eso que tengo 31) y me apetece revisar.
ResponderEliminarY es que son entretenidas, demonios, y tienen un toque sucio y potente que ya quisieran para sí engendros de Van Damme o el inefable Steven Seagal (de Oliver Gruner o el "Guerrero Americano" mejor no hablamos).