Por fin, en esta sección de los martes, una película que merece aparecer en ella con todos los honores. Y no porque sea un bodrio (que también), pues todas las precedentes lo son de una u otra forma, sino por la coletilla de que hay que ver: y es que, caballeros y señoritas, Blood Feast hay que verla, dada la indiscutible importancia histórica de la que hoy hace gala.
Esta relevancia radica en que este film de 1963 está considerado, nada más y nada menos, como el primer film gore de la historia, muchos años antes de la casquería de films como La matanza de Texas o Viernes 13. Y como suele suceder con este tipo de etiquetas, dudamos que sea del todo cierto, pero... ¿a quién le importa?
Por si a alguien le queda alguna duda, una película gore sería aquella con profusión de escenas sangrientas, y a poder ser que la presencia de las mismas en el film no esté del todo justificada; esto es, que ante la posibilidad de emplear una elegante elipsis, el director opte por mostrar tanta carnaza como le sea posible en pantalla.
Blood Feast, dirigida por Herschell Gordon Lewis, cumple dicho requisito... dentro de lo que el paupérrimo presupuesto de la producción permite, claro está: el espectador es testigo de una extracción ocular sin anestesia (ni siquiera local), una operación de corazón (que no permitiría ni la más infame Seguridad Social), y poco más. Bueno, sí: también asistimos a alguna buena dosis de latigazos, y a un horripilante desmembramiento en un camión de basura... del que, claro está, apenas se nos puede mostrar nada.
Vayamos al argumento del film: un asesino en serie que está matando muchachas, cuyos cadáveres aparecen horriblemente mutilados, tiene en jaque a la Policía: en concreto a dos agentes de la ley, Pete Thornton y su superior, el capitán Frank (sí, pese a ser capitán, el personaje no se merece ni apellido). Pero si ellos desconocen la identidad del criminal, no sucede así con el espectador, al que se le muestra desde el primer momento: se trata de Fuad Ramses (nombre sospechoso donde los haya, a poco que se fije uno), autor de un libro sobre antiguos cultos religiosos, fascinado por la cultura egipcia, y amante y adorador de la diosa Isthar, a la que se sacrificaban jóvenes vírgenes en tiempos de los faraones. O eso dice él, que para algo es el experto.
En esta película todo sucede bastante pronto, pues apenas dura unos 67 minutos; y aun así suceden un puñado de sucesos innecesarios, que enseguida dejan ver que el asunto no daba ni para un mísero cortometraje. Pues bien: muy pronto descubrimos que la novia del policía, Suzette Fremont, se siente tan fascinada como su pareja por la cultura del antiguo Egipto (sí, ellos también: por aquel entonces debía estar de moda, como hoy lo están el yoga o el feng shui); de ahí que su madre encargue una fiesta sorpresa con un banquete al modo de los de los faraones, que encarga al citado Ramses, el cual -habíamos olvidado mencionarlo- regenta un establecimiento de comida exótica para llevar. Obviamente, la fiesta sorpresa podría convertirse en un festín sangriento (blood feast, por si no lo han cogido)...
La película se basa en, por un lado, asistir a los soliloquios alucinados del psicópata protagonista, sazonados con sus incursiones nocturnas en busca de víctimas; y, por otro, en escenas de la vida cotidiana de los policías y de la chica de la película, interpretada por Connie Mason, una "chica Playboy" de la época (¡lo que han cambiado los estándares de belleza femenina!), concretamente Playmate del Mes en junio de 1963. Del reparto cabe destacar también el pésimo y sosísimo trabajo de los actores que interpretan a las fuerzas de la ley (William Kerwin y Scott H. Hall, este último particularmente penoso como Frank, el capitán sin apellido) y el exagerado registro del actor que interpreta a Ramses, Mal Arnold (acertadísimo nombre de pila, vive Dios).
Como colofón, señalar algunas curiosidades acerca de Herschell Gordon Lewis: que ha firmado trabajos como Lewis H. Gordon, Mark Hansen, H. G. Lewis, Herschell G. Lewis, Georges Parades, George Parades, Armand Parys, Armand Pays, Shelden Seymour, Sheldon S. Seymour, Sheldon Seymour, Seymour Sheldon, R. L. Smith o Gordon Weisenbornque (este último me fascina en particular), suponemos que para defraudar al fisco o algo parecido. También hay que recordar que empezó su carrera filmando películas eróticas de bajo presupuesto, y que a partir de Blood Feast no tuvo vergüenza alguna en continuar perpetrando clásicos del terror, como A Taste of Blood, The Wizard of Gore o The Gore Gore Girls. Señalar también que Blood Feast contó con una impresionantemente tardía secuela en 2002, Blood Feast 2: All U Can Eat, último film hasta la fecha dirigido por Lewis.
Finalmente, señalar que dos títulos de su producción, la emblemática 2000 maníacos (esta sí, una película más digna que la que nos ocupa) y la ignota Color me blood red, conforman junto con esta Blood Feast la llamada "Trilogía de la Sangre", de la cual seguimos a la espera de una edición en DVD como Dios manda... Porque, ¿acaso la merecen más las trilogías de George Lucas, Peter Jackson o los hermanos Wachowski? Sí, vale, la verdad es que sí...
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