¿Por qué dos películas que cuentan la misma historia, con apenas ligeras variantes, pueden diferir tanto en lo satisfactorio o no de su resultado final? Por lo visto no se debe solo a la elección de los actores u otros factores más obvios, sino a eso tan difícil de conseguir que es una atmósfera apropiada.
Buen ejemplo de ello es lo frustrante que resulta The wicker man, de Neil Labute, en comparación con la película homónima de la que es remake, y que dirigió Robin Hardy en 1973... Una cinta de culto que no hace más que revalorizarse con el paso de los años, y a la que solo puede beneficiar lo decepcionante de esta nueva propuesta.
Protagonizada por Nicolas Cage, la nueva versión de The wicker man vuelve a contar el viaje de un oficial de policía a una misteriosa isla donde se llevan a cabo ceremonias de adoración pagana. En esta ocasión el agente de la ley busca a la hija desaparecida de una antigua amiga suya; pronto descubrirá que no va a contar con la colaboración de los lugareños...
Apenas hay cambios en la historia, algunos tan sugerentes como convertir la sociedad rural en matriarcal, con una estructura parecida a la de las abejas, con su reina y sus zánganos. De ahí el cambio de sexo del líder espiritual: si en el clásico del cine de terror británico nos encontrábamos a un imponente Christopher Lee, aquí es Ellen Burstyn (nominada al Oscar por El exorcista o Réquiem por un sueño, entre otras) quien gobierna con mano férrea el devenir de los ciudadanos de Summerisle.
Esta película lo tenía todo para ser un éxito: una historia interesante, una respetada estrella de Hollywood al frente de un atractivo reparto, un director de prestigio, formado en el teatro y el cine independientes, y técnicos de primera fila. Pero el resultado final es desolador: la fotografía de Paul Sarossy o la partitura de Angelo Badalamenti son magníficas, pero no contribuyen a generar la atmósfera malsana que la película solicitaba; Labute no está tan suelto como en sus producciones más indies; y Cage parece más perdido que la niña que su personaje desea encontrar. Solo hacia el final la historia empieza a interesar, pero ya es demasiado tarde para remontar el vuelo.
Por ello recomendamos recuperar el clásico que protagonizara Edward Woodward en 1973, a poder ser el montaje del director. Es una buena muestra de lo que es una atmósfera conseguida... aunque nadie sepa cómo demonios lo hicieron.
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