Resulta fascinante que una película como La vida de los otros venga firmada por un debutante en la dirección; tal es su grado de profesionalidad y buen oficio, caracterizado por un clasicismo como ya no se suele ver en la gran pantalla.
La historia del dramaturgo que se replantea su fidelidad al régimen político de la República Democrática Alemana previa a la caída del Muro de Berlín y del agente de la Stasi encargado de espiarle plantea el tema de la rebeldía del individuo frente al poder, y de las dudas que surgen tanto en los integrantes de un bando como en los del otro.
Y lo hace de tal manera que es más fácil que sus fotogramas recuerden al cine de Fritz Lang que a las últimas producciones protagonizadas por James Bond. Florian Henckel von Donnersmarck dota a su debut de una austeridad casi religiosa, que no va en detrimento sino todo lo contrario de un ritmo implacable, que consigue que sus casi dos horas y media de metraje no resulten un trago difícil de soportar.
De tal forma, el realizador consigue un retrato fascinante del espía gubernamental, dejando en un plano cargado de ambigüedad todo lo relativo a su fidelidad al régimen y a qué enigmáticos resortes lo conducen a ayudar a aquellos que en realidad parecen ser sus enemigos. Todo ello dando forma a una ambigüedad inexplicable como la que convirtió en fascinante la recreación de Oskar Schlinder concebida por el cineasta Steven Spielberg y el guionista Steve Zaillian y materializada por el actor Liam Neeson en la oscarizada cinta del primero.
Así pues, La vida de los otros trata de la relación del individuo con el poder, y de la comunicación manipulada, en un único sentido, con personas que lo saben todo de otras, que a su vez no saben nada de las anteriores. Así, el espía lo conoce todo del dramaturgo; pero este, todavía muchos años después de la caída de la frontera de ladrillo que separó las dos Alemanias durante años, permanece ignorante del seguimiento al que fue sometido, como le explica cínicamente el ministro Bruno Hempf.
Si el talento de Henckel von Donnersmarck ha quedado sobradamente demostrado, mención aparte merecen también los actores, con especial mención para Ulrich Mühe como el agente de la Stasi y Ulrich Tukur como el Ministro de Cultura, si bien Sebastian Kotch, visto recientemente en El libro negro de Paul Verhoeven, también está espléndido como Georg Dreyman, el autor teatral espiado.
La vida de los otros, nominada al Oscar como Mejor Película de Habla no Inglesa, es sin duda una de las mejores cintas que pueden verse en nuestra cartelera; ahora bien, sepa el espectador potencial que no encontrará en ella encuadres fascinantes ni movimientos de cámara epatantes, ni un montaje atrevido ni replanteamiento alguno de cualquiera de los elementos que conforman la gramática cinematográfica. Lo que se encontrará es un film como ya se hacían hace, como poco, sesenta años. Pero de los buenos, de los que perduran, no de aquellos que han desaparecido en las brumas del pasado.
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