miércoles, 26 de noviembre de 2014

Kiosco: Espacio (abierto) y tiempo (nublado)




La nueva obra de Juan Berrio, Kiosco, que acaba de publicar Dibbuks, es uno de esos (pocos) títulos que, cada año, nos obligan por su propia naturaleza a poner en tela de juicio las definiciones que están detrás de etiquetas como cómic, historieta, novela gráfica o, si me apuran, otras nomenclaturas como narrativa secuencial, narración gráfica o incluso álbum ilustrado. Y esto se debe, más allá de sus características intrínsecas, a que se trata de obras de profundo calado que merecen la atención de los lectores y especialistas; si no fuera así, pronto serían relegadas (en el mejor de los casos) a las estanterías del fondo de las librerías ante una nueva avalancha de novedades para, en muchas ocasiones, terminar siendo presas del olvido.




Dejando a un lado consideraciones que trataremos en breve, y pertenezca al ámbito artístico que pertenezca, a nadie se le escapa que el presente libro cuenta algo. ¿Y qué es lo que cuenta Kiosco? Pues lo que podría ser un día cualquiera en la vida de su protagonista, un joven del que desconocemos su nombre (y aparentemente otras muchas cosas), desde el momento en el que se levanta por la mañana temprano hasta que se acuesta por la noche. Pero una vez damos por concluida su lectura, y a poco que se fije un poco, el lector se percatará de que sabe algo más de lo que creía, y de que estos datos acercan un relato aparentemente costumbrista al territorio de lo fantástico: para empezar, el día en el que transcurre la acción no es un día cualquiera, sino el 30 de febrero de 2015... jornada inexistente no solo por futura, sino porque como todo el mundo sabe el mes de febrero solo tiene 28 días, a lo sumo 29 en los años bisiestos. Es en este día inexistente en el que el personaje principal de la historia se despierta cuando suena el despertador (a una hora bastante inusual, por cierto, por no ser en punto: la esfera del despertador revela que suena unos minutos después de las seis), y tras desayunar, cocinar unos cruasanes y pintar un cuadro (sic), que muestra una pequeña taza con su correspondiente plazo, se dirige en bicicleta al kiosco que regenta, a modo de pequeña cafetería, y que está situado en un transitado parque de una ciudad indeterminada.




Cuando se acerca el fin de una jornada laboral amenazada por la lluvia y el tedio generalizado ante el desinterés de la potencial clientela, una chica se convierte en la única cliente del día en el momento en que decide descansar del paseo diario de su perro; allí, el diligente camarero acaba acompañándola, en una merienda frugal primero y en el camino hacia su casa después. Posteriormente, el joven regresa a su casa y se acuesta, no sin antes pintar un nuevo cuadro, que esta vez representa unas gotas de lluvia; es entonces cuando, tumbado en la cama, decide escribir (o mejor dicho, dibujar) en su diario lo que le ha ocurrido a lo largo del día... y que no es otra cosa que el propio relato gráfico que integra la obra que acabamos de leer, y que se erige así en una (meta)reflexión acerca del acto de narrar mediante imágenes, además de un estudio a propósito del arte de plasmar el espacio y el tiempo mediante ilustraciones.




Este final, que confiere a Kiosco su peculiar estructura circular, es uno de los principales alicientes, aunque no el único, que hacen del presente título una obra repleta de magia y capacidad de seducción. Otro es, por supuesto, la absoluta carencia de texto, entendido este término en su acepción de texto verbal (porque las imágenes también son textos, pero esa es una problemática que no trataremos ahora aquí porque excede de lejos las dimensiones de la presente nota). En efecto, Kiosco carece de diálogos (verbales, insisto) y de cualquier otro texto explicativo a modo de muleta a la que agarrarse; por el contrario, Berrio opta por contar su historia recurriendo solamente a las imágenes, e incluyendo algunas que utiliza a modo de iconos en los muy puntuales diálogos que incluye la obra.




Pero los atractivos de Kiosco no terminan aquí: el autor integra determinadas grafías en las ilustraciones a modo de iconos visuales, convirtiendo dos letras G mayúscula en los ojos del protagonista al despertarse, o la boca abierta de este en un gran bostezo se transmuta en la primera O mayúscula de la onomatopeya correspondiente. Acto seguido, multiplica las figuras en un mismo espacio, dotando al relato de gran dinamismo: véase, a modo de ejemplo, la ilustración a doble página en la que el protagonista aparece representado hasta seis veces en un único espacio, su hogar, mostrándonos las primeras actividades cotidianas que realiza al levantarse: ir al baño, lavarse las manos, preparar el desayuno, atarse los cordones de los zapatos, etcétera.




Como podrá intuir el lector, Kiosco es una obra que de principio a fin dinamita varias de las convenciones prestablecidas en el medio y, por consiguiente, promueve el debate teórico: ¿es necesario que una obra tenga viñetas para ser considerada como un cómic? Al parecer, sí, si seguimos considerando a la viñeta como la unidad mínima de la historieta como lenguaje artístico. Dicho esto, ¿tiene viñetas Kiosco? En un sentido convencional no, pues carece de recuadros separados por calles, pero, ¿acaso no serían viñetas todas sus páginas, aparentemente más cercanas al formato del humor gráfico (que Berrio ya exploró, por ejemplo, en La tirita), si las encuadrásemos y colocásemos una tras otra conservando el mismo orden que presentan en el relato?




En resumidas cuentas: estamos sin lugar a dudas ante uno de los mejores cómics (sí, cómics) nacionales del presente año, y no solo por estas reflexiones teóricas al hilo de la narrativa secuencial que genera, sino porque no es precisamente escasa su capacidad para transmitir sensaciones y emociones con muy pocos recursos formales. Por lo demás, no me atrevo a decir que me parece la mejor obra de Juan Berrio -ahí está ese hito de la historieta española reciente que fue Miércoles para ponerlo en duda, al menos por el momento y hasta ver qué tal trata a Kiosco el paso del tiempo y las sucesivas relecturas-, pero sí la propuesta más rotundamente arriesgada y valiente del autor vallisoletano, por la gran complejidad que subyace tras su emotiva, encantadora y fascinante, pero solo aparente, sencillez.


Título: Kiosco
Autor: Juan Berrio (guion y dibujo)
Editorial: Dibbuks
Fecha de edición: noviembre de 2014
144 pp. (color) - 18 €

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