Después del paréntesis de la semana pasada, en la que estuvimos de cachondeo cultural por la Semana Negra de Gijón -donde hubo conciertos tan rockeros como el de Josele Santiago, y luego entenderán el porqué de la referencia-, volvemos con esta sección de "Bodrios que hay que ver", y que a ustedes les da tantas alegrías al leerla y nosotros tanto castigo al hacerla. Y lo hacemos con una cinta grande entre las grandes, un canto a aquel lema tan desfasado que decía sex, drugs & rock'n'roll. Nos referimos nada más y nada menos que a Black Roses, dirigida en 1988 por John Fasano.
Un año antes, el susodicho Fasano ya se había acercado al subgénero de las películas de terror de serie B protagonizadas por músicos (o así) de heavy metal con su estrambótico debut: Rock'n'Roll Nightmare, a mayor gloria de Thor, "the Legendary Rock Warrior", en la que el protagonista -un músico culturista (sic)- y su banda Tritón se enfrentaban a demonios del más allá en el ámbito de una casa encantada.
Pero después de este film Canadá -país de producción de la susodicha- se le quedó pequeña a Fasano, y con Black Roses ya entra por la puerta grande en la historia del cine norteamericano, por más que Tavernier y Coursodon no se hayan hecho eco de su obra en su 50 años de cine norteamericano. Estos franceses, siempre tan esnobs...
La película que nos ocupa es un largometraje de apenas ochenta minutos ambientado en un pueblucho de mala muerte donde, como diría Juan Antonio Bardem, nunca pasa nada. Pero hete aquí que hasta allí llegan los Black Roses, una banda de heavy metal con aires glam, a medio camino entre los Guns'n'Roses y Duran Duran con un nosequé a lo Modern Talking, que tienen revolucionada a la muchachada con sus canciones y cabreados a los progenitores de esta con su estética satánica y su presunto culto al Diablo.
Por supuesto, al comienzo la película parece estar a favor de esta manifestación cultural... pero ya ven por dónde, los carcas de los padres tienen toda la razón, y el fascinante cantante y compositor del grupo, Damien (¿de verdad alguien con este nombre puede ser de fiar?), resulta ser un ente satánico con apariencia humana cuyas letras hipnotizan a su público, auténticas hormonas con patas, convirtiéndolos en asesinos despiadados que empiezan a dar buena cuenta de los adultos del pueblo.
El héroe del film es el profesor de literatura del instituto local, más bueno que el pan, que se resiste como puede a tener un affaire con una de sus alumnas más entregadas (en todos los sentidos), y que pronto caerá en las redes de Damien y sus Black Roses para ser transformada en un monstruo del averno cabezón y sin pelo que da mucho asco, y ante el que aquel se defiende, en una escena que solo puede ser calificada de antológica, con una raqueta y unas pelotas de tenis.
Si tienen curiosidad por saber de la apariencia de esta criatura, echen un vistazo:
Me refiero al monstruo, no al profesor. Y sí, esta es la criatura más terrorífica del film. Así, consecuentemente, cuando lo ve el maestro de Letras se queda así:
Ya ven... Black Roses es mala hasta decir basta, y no creo que satisfaga ni a los fanáticos del heavy, ni mucho menos a los amantes del cine de terror. Salvo que vayan más colocados que la parodia, versión de Joaquín Reyes, de Axl Rose y su carretilla de coca en los "Testimonios" de La hora chanante.
Nota bene: Si ustedes están tan mal como para querer documentarse acerca de este tema -la unión del terror y el heavy metal en el séptimo arte-, no deberían perderse el artículo "Greñas, cuernos y monstruos" firmado por Javi Sickfun y publicado en el n.º 39 (invierno de 2008) del siempre imprescindible 2000 Maníacos, que reseña títulos tan demenciales como Muerte a 33 revoluciones por minuto, Gira sangrienta, Hard Rock Zombies o Kiss: El ataque de los fantasmas. De nada. Y a mandar.
Pues buscando imagenes sobre la peli he dado con esta crítica de tu blog. Genial XD
ResponderEliminarEsta tarde escribiré mi propia opinión sobre este "peliculon".