Yi Yi es, al igual que El Padrino, una crónica familiar; y como la trilogía de Coppola, comienza y finaliza con reuniones familiares alrededor de un hecho concreto: en el caso de la película de Edward Yang, la boda del hijo menor y el funeral de la matriarca del clan.
La única diferencia importante entre esta cinta y El Padrino radica en la ocupación de la familia protagonista y en cómo ésta afecta a sus respectivos miembros interrelacionándolos entre sí: si el crimen organizado mantiene cohesionado al clan de los Corleone, las distintas ocupaciones de los elementos que conforman la familia de los Jian sirven al cineasta taiwanés para construir un fresco variado y heterogéneo sobre la estructura familiar en el tiempo presente.
De esta forma, la hermana mayor de esta familia afincada en Taipei tiene un empleo en unas grandes oficinas, al tiempo que su marido trabaja también en una gran empresa, siendo un elemento clave dentro de un trabajo en equipo; en cambio, el hermano menor de la primera, recién casado con su novia embarazada, invierte en acciones y es timado por un profesional del ramo. Los hijos del primer matrimonio, la adolescente Ting Ting y el pequeño Yang Yang, estudian en sus respectivos centros. Además, ella actuará como intermediaria entre su amiga y vecina, una prometedora violoncelista, y el novio de esta; mientras su hermano pequeño se dedica a captar los detalles más pequeños (¡hasta el vuelo de los mosquitos!) con su cámara fotográfica.
Yi Yi es una película muy marcada por la presencia del cine como industria. Ting Ting y su amiga visitan un centro comercial con la dudosa intención de ir al cine, aunque en realidad buscan escaparse de la realidad familiar. Las calles están repletas de estrenos recientes de cine estadounidense: Una terapia peligrosa, Wild Wild West, la última entrega de Star Wars. Hasta en el dormitorio de la anciana en estado casi vegetal pueden verse fotografías de viejas estrellas de Hollywood, como Cary Grant o Audrey Hepburn. Explícitamente, Ting Ting y el novio de su amiga dialogan, como si estuviésemos en una cinta de Eric Rohmer, sobre la necesidad o no de que exista el séptimo arte. "Desde que existe el cine, hemos vivido el triple de cosas", afirmaba el tío del joven, defendiendo que las películas nos han enseñado cómo son cosas que no hemos hecho ni haríamos, como, por ejemplo, matar. En una pirueta argumental inesperada, ese mismo joven, apodado 'Gordo', aprenderá lo que es asesinar a un semejante. La víctima, un personaje secundario de Yi Yi, apenas entrevisto en el maremagno de relaciones humanas que pueblan la cinta, es un daño colateral de esa película a la que llamamos vida.
"¿Por qué la vida no es como pensábamos?", le pregunta Ting Ting a su abuela cuando esta, en un episodio cuya realidad o irrealidad el cineasta deja al libre albedrío del espectador, despierta de su prolongado letargo. La joven, en el tiempo que abarca la acción del film, ha pasado de la inmadurez a la edad adulta, perdiendo la inocencia por el camino. La traición de la amistad, el amor no correspondido y la muerte en su versión más cruel y sanguinaria han hecho mella en su alma.
No obstante, todavía se aprecia en sus palabras, en esa pregunta sin respuesta, la huella de las expectativas frustradas. Todavía tendrá que vivir unos años más para aprender a valorar los hechos felices de su vida y aceptar las pequeñas decepciones, como su padre, NJ, hace respecto de su primer y nunca olvidado amor: "Nunca he amado a otra", confiesa ante Sherry, una mujer dispuesta a abandonarlo todo por él, poco después de dejarle claro que no va a renunciar a su vida actual por ella.
En cambio, frente a la resignación del padre y la cada vez más extinguida rebeldía de su hermana mayor, el pequeño Yang Yang, desde su escasa pero en cierta medida privilegiada altura, todavía aspira, fotografiando los cogotes de los demás, y ayudándoles a ver la mitad de la Verdad que no alcanzan a divisar, a descubrir dicha Verdad de forma absoluta.
[Post Scriptum.- Estas líneas acerca de Yi Yi fueron escritas en su día, poco después de ver la película en su estreno español -todavía hoy es la única cinta de su realizador estrenada entre nosotros-, para un proyecto que no llegó a ver la luz. Ahora, dos años después de la prematura muerte de Edward Yang a la edad de 60 años, lo recuperamos en este vuestro blog como recomendación de un film que vale la pena ver muy mucho. Igualmente, recomendamos el monográfico dedicado al cineasta taiwanés que coordinó Jaime Pena y que fue publicado el año pasado como n.º 2 de la Colección Nosferatu.]
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