domingo, 5 de octubre de 2008

Los extraños: La máscara de la sinrazón


Digámoslo ya desde el principio: Los extraños es la película de terror del año. Y, digámoslo ya también: todo aquel que pretenda ir a verla sería mejor que dejara de seguir leyendo las líneas que siguen...

Para empezar, resulta de lo más chocante que un film así, absolutamente despojado de todo artificio y que hace gala de una limpieza formal que parecía reservada solo a los veteranos más granados, venga firmado por un debutante en esto de la realización (y que, por lo visto, ni siquiera parece haberse fogueado en el campo del cortometraje): Bryan Bertino, pues ese es su nombre, parece estar llamado a engrosar las filas de los nuevos realizadores más prometedores del cine de género, a la altura de Alexandre Aja, Eli Roth o nuestro Jaume Balagueró.



Bertino filma con pulso firme un relato protagonizado por una pareja en crisis a la que las circunstancias -la boda de una amiga de ella, una petición de mano que no ha salido como él esperaba, un único coche- obliga a pasar toda una noche en una casa semiapartada. Es en este estado de tensión que los protagonistas tendrán que enfrentarse al intrusismo de un trío de enmascarados decididos a asaltar su casa y amenazar sus vidas.



La historia, como puede verse, no es precisamente el colmo de la originalidad: inspirada en el horror realista del cine del género de los años 70, el de cintas como La última casa a la izquierda o Las colinas tienen ojos (ambas firmadas por Wes Craven, que una década después crearía al emblemático Freddy Krueger), así como por producciones más contemporáneas -se han mencionado como referencias a Funny Games de Michael Haneke o a la reciente Habitación sin salida, aunque a nosotros nos recuerda particularmente a la gala Ils-, la película centra su interés en su significante más que en su significado... aunque este no merezca ser considerado para nada como desdeñable.



El cineasta debutante se permite el lujo -porque la película apenas supera los 80 minutos de duración- de dedicar un buen tramo inicial del film a caracterizar a sus protagonistas en una apuesta que recuerda más al cine de autor europeo que a las producciones comerciales venidas de Hollywood: solo la presencia de Liv Tyler y Scott Speedman, ambos soberbios (aunque quizá mejor ella que él), nos recuerda el origen de la cinta.



Una vez introducida la amenaza (que Bertino adelanta en los créditos iniciales, recordándonos los crímenes con violencia que se producen en Estados Unidos cada año, así como en unos planos fugaces que pertenecen al final de la acción), el espectador se ve sometido a un ejercicio de identificación, que no deja de tener algo de catártico y que efectivamente tiene ecos del cine de Haneke y su mirada sobre la violencia; un proceso que podría compararse con una atracción de feria si no fuera porque Los extraños no tiene nada de divertido.



Y es que, aunque pueda parecer una película tan convencional que recuerde a relatos y recursos utilizados mil veces, Bertino puede presumir de una originalidad cuyo punto de partida es, precisamente, ser antioriginal: con su debut, el realizador parece querer sumergirse en los orígenes del cine (de terror) y acaba por rechazar los trucos de efecto tantas veces vistos en las últimas décadas para recuperar el susto fácil de los comienzos del género. Porque Los extraños, muy inteligentemente, niega el efecto de adelantarse a un susto que luego no se produce para acto seguido asustar realmente a su público, y apuesta por que la amenaza surja precisamente cuándo y dónde se la espera: véase, por ejemplo, la aparición del rostro enmascarado del hombre en la ventana, justo cuando la protagonista espera verlo.

A este efecto contribuye también la banda sonora, que adelanta la tensión de los momentos más terroríficos y rehúye todo efectismo de intención sorpresiva. El horror de Los extraños es, precisamente, que el espectador puede casi a ciencia cierta adelantarse a los hechos e intuir cómo va a terminar todo.


A este respecto cabe citar el desolador tramo final de la película, el único momento en el que Bryan Bertino se permite contradecir los mandamientos de las películas de miedo al centrar la apoteosis de la violencia extrema (también física, pero sobre todo psicológica y moral) a plena luz del día... un recurso particulamente transgresor en un film, como señalábamos, tan decidida y valientemente convencional como este. Es entonces cuando descubrimos algo que parece ir en contra de las expectativas del espectador más convencional pero que los habituales del género, más formados en sus convenciones, ya sospechábamos: los rostros de los criminales -cuyas máscaras y créditos finales identifican como un hombre enmascarado, una chica pin-up y una cara de muñeca, y que intuimos como una perversión del retrato de la familia media occidental- no se nos muestran con claridad porque no hay sorpresa, no hay whodunit que valga; son seres anónimos, que podrían ser cualquiera, y que desatan el Horror más absoluto detrás de cualquiera de las fachadas con cuyos planos arranca tan recomendable cinta.

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