domingo, 29 de junio de 2008

Caos calmo: Los gritos del silencio



La tentación de emparentar Caos calmo con La habitación del hijo, a partir de la presencia central del actor y director Nanni Moretti, es muy fuerte: ambas giran alrededor de la pérdida de un ser querido (una esposa, un hijo). Pero allí donde Moretti exponía la imposibilidad de seguir adelante como si nada hubiera pasado -un hecho subrayado por la presencia de continuos flashbacks de cuando el primogénito seguía con vida-, Antonello Grimaldi, a partir de la novela homónima de Sandro Veronesi, apuesta por una mirada más positiva y regeneradora.



El film, como decíamos, arranca a partir de una pérdida: el protagonista, Pietro, que trabaja en una gran empresa relacionada con la producción de largometrajes, regresa a casa después de salvar a una desconocida en la playa para descubrir, en una cruel paradoja, que su mujer acaba de morir. A partir de este hecho, la narración se construye alrededor de dos hechos: el primero, la aceptación de esta pérdida, así como la imposibilidad de demostrar de puertas afuera un dolor que no se sabe expresar.



El segundo hecho son las reacciones que esta pérdida ocasiona no ya en los seres queridos más cercanos de la fallecida -su marido, su hija-, sino en otros familiares, amigos y compañeros de trabajo del esposo. Así, cuando Pietro decide esperar a que su hija Claudia salga del colegio durante toda la jornada en el parque frente al edificio, un lugar bucólico que convierte en su nueva base de operaciones, verá cómo por allí comenzarán a pasar su hermano, su cuñada y varios colegas de la productora.



Al film de Grimaldi se le puede achacar que busca en todo momento conmover al espectador, presionando los resortes del melodrama (entre ellos, una banda sonora siempre presente e intencionadamente conmovedora). Pero, no obstante, la cinta -que cuenta con el propio Moretti como uno de los adaptadores del libro- no cae en los excesos lacrimógenos de un Cinema Paradiso o en la excesiva amabilidad de un Sostiene Pereira (un film este, el de Roberto Faenza, que todo lo que tenía de grande era la grandeza de Mastroianni).



Del reparto cabe destacar la presencia de nombres reconocibles del cine italiano contemporáneo -caso de Valeria Golino y Alessandro Gassman, respectivamente cuñada y hermano del protagonista, así como de Silvio Orlando, habitual en los filmes dirigidos o producidos por Moretti -, de igual modo que de la cinematografía francesa: Charles Berling, Hyppolyte Girardot y Denis Podalydès interpretan a algunos de los compañeros de Pietro. A estos hay que añadir la episódica presencia de Roman Polanski, hacia el final de la cinta, como empresario y superior del personaje central.



Pero ni que decir tiene que es Nanni Moretti quien se convierte en indiscutible rey de la función, girando toda la acción alrededor de su figura: salvo escasas escenas retrospectivas de los relatos que sus familiares y amigos le cuentan, no hay una secuencia en la que Pietro no esté presente. Además, y por más que esto pueda pesar a los muchos detractores del realizador italiano, que lo consideran -no sin ciertas dosis de razón- como un individuo egocéntrico y algo prepotente, el film gana enteros cuando las escenas giran alrededor de su principal protagonista -los monólogos mentales sobre listados absurdos, la broma privada con el chico con síndrome de Down, la callada relación con la joven del perro-, y no de los relatos que el resto de personajes le (y nos) cuentan.



Caos calmo es, pues, un film conmovedor y emotivo, al que se le puede perdonar su nada disimulada intencionalidad de serlo, gracias sobre todo a las escenas más contemplativas del film, que de cierta manera articulan el devenir del relato, y que son aquellas que hacen de un doloroso y sepulcral silencio el más desgarrador de los gritos.

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