Hoy daremos inicio a esta simpática sección de "Bodrios que hay que ver" con un recuerdo personal: en mis ya lejanos años de infancia, cuando el concepto de plasma nunca se refería a un televisor sino al componente líquido de la sangre que fluye por nuestras venas, el único satélite que conocíamos era el Meteosat y lo único extraplano era el encefalograma de algunos directores de cine (del píxel mejor ni hablar: por aquel entonces Píxel nos habría sonado a la pareja de Píxel y Díxel, temibles ratones de los dibujos animados)... Decía que por aquel entonces a mi padre le ponía particularmente nervioso que en las películas emitidas por Televisión Española -no había más canales, salvo los de las acequias- "no se viera nada". Efectivamente, la definición de la imagen televisiva de nuestras viejas Elbe o Thompson no es comparable a las de los monitores de la actualidad, y por tanto en las escenas nocturnas (en realidad, en cualquiera que pasara a partir ya de la media tarde) no se conseguía ver un carajo.
Esto viene al hilo de que la película que nos ha tocado en desgracia hoy, Neon Maniacs, es una de esas películas en las que, muchas veces, resulta complicado entender qué está ocurriendo en determinada secuencia, en un plano en concreto... A pesar de que el título pueda traducirse como "Los maníacos del neón", neones hay los justos y tampoco es que alumbren mucho.
Igualmente, resulta muy complicado discernir qué interés puede tener alguien en rodar semejante patochada para contar una historia que no tiene ni pies ni cabeza ni ninguna otra extremidad, pero voto a bríos que intentaremos resumirles semejante despropósito y que el Señor nos coja confesaos.
Veamos: la copia disponible de esta cinta de 1986, aunque doblada al castellano, comienza con una voz en off en inglés sin doblar ni subtitular, digo yo que por aquello de mantener el suspense, pero se puede adivinar que es la típica introducción que nos habla de una maldición que se cumple cada cierta cantidad de años... Y obviamente los protagonistas del film llegan en el momento justo en que toca la misma (algo por otra parte disculpable, porque si la acción aconteciera meses antes o después, sería un film contemplativo al estilo de Abbas Kiarostami).
¿En qué consiste la maldición? Pues al parecer, hay una docena de criaturas del más allá, muy peligrosas a la par que abominables, que de vez en cuando consiguen entrar en nuestro mundo y acaban por matar a diestro y siniestro a todo aquel con el que se cruzan. ¿Que cómo lo consiguen? Pues en la primera secuencia, un viejo pescador que hacía sus necesidades (me refiero a pescar) en la bahía de San Francisco, en su regreso a casa (o al bar) se encuentra junto a la puerta de un viejo edificio, un almacén o fábrica abandonada, un cráneo de búfalo que en su interior alberga unas cartas del estilo del tarot que representan las efigies de estos "Neon Maniacs". Imagino yo que el cráneo estaba allí para sujetar la puerta, porque en el momento en que el pescador lo coge esta se abre y hale, los susodichos subhumanoides salen y le dan un hachazo. Al parecer no comulgan con la máxima de "Es de bien nacido ser agradecido"...
Antes de seguir, merece párrafo aparte destacar la parafernalia de los maníacos protagonistas: entre los doce que constituyen su formación (sé que son doce por los títulos de crédito; en el film resulta complicado discernir, como decía antes, eso y cualquier otra cosa), podemos reconocer a un hombre de las cavernas, un guerrero medieval (con ballesta incorporada como accesorio, como los airgamboys), un samurái, un indio (de los que asaltaban diligencias, no de los que regentan kebaps), un soldado con rifle en mano, un motero, un cirujano (sí, con bata verde y todo), uno que lleva un hacha, otro que porta una soga para ahorcar a sus víctimas... Vamos, una especie de versión sobrenatural de los Village People, pero menos gays (algo que carece de mérito) y más feos (esto sí más digno de aplauso).
Pero volvamos al devenir de la trama... Acto seguido de la muerte del pescador hacen acto de presencia los que serán los personajes positivos del film: Steven (Clyde Hayes, que aquí firma como Alan Hayes, y es que al parecer nadie le dijo que para evadir impuestos o para actuar en bodrios como este sin miedo a futuras represalias es mucho más inteligente cambiarse el apellido y no el nombre de pila) es un joven que sueña con hacer carrera musical con su apestosamente edulcorada banda, aunque tiene que ayudar a la familia en su tienda de ultramarinos; por otro lado Natalie (Leilani Sarelle, que viviría su momento de gloria un lustro después como el rollo bollo de la escritora homicida Sharon Stone en Instinto básico), una chica popular del instituto de la que el primero está secretamente enamorado; y finalmente Paula, una adolescente fascinada con los monstruos y el cine de terror (en su dormitorio se vislumbran los carteles de Blade Runner, Gremlins o el Nosferatu de Herzog, y fotos del Drácula de Browning o Un hombre lobo americano en Londres), que con sus amigos rueda películas amateur en el cementerio del pueblo. Un personaje este que, curiosamente, se adelanta en un año a los célebres Coreys, Haim y Feldman, de Jóvenes ocultos.
Pero sigamos: esa misma noche Natalie y sus amigos se disponen a pasar una divertida velada en un parque de las afueras de la ciudad, bebiendo cerveza (menos Natalie, que es muy buena y de eso no toma) y retozando por parejas (menos Natalie, que es soltera y sin compromiso, y según su mejor amiga "la última virgen de San Francisco"... Ten amigas para esto). Pero como no podía ser de otra forma, aparecen los dichosos monstruos y hacen una escabechina con los muchachos (menos Natalie, que es muy lista y se encierra en la furgoneta, donde los monstruos no consiguen entrar... aunque luego veremos que uno lanza rayos sobrenaturales que da gusto, mientras que el samurái corta el metal con su katana como si fuese mantequilla).
Ahora bien, la masacre pasa desapercibida para la Policía, porque los cuerpos de las víctimas desaparecen inexplicablemente, al igual que los monstruos; y a partir de entonces la pobre Natalie pasa de ser una chica popular a ser la tía rara de la escuela: nadie se cree sus explicaciones (incluso al espectador del film, que lo ha visto tal y como ella lo relata, le resulta complicado creer semejante cúmulo de estupideces, así que imagínense a los familiares de los jóvenes desaparecidos). El único que parece creerle es, claro, Steven, aunque sospecho que solo porque ve una posibilidad de un sábado sabadete en el horizonte...
Al mismo tiempo que surge el amor entre estos dos pipiolos, la pequeña y morbosilla Paula -que intenta entrevistar a la superviviente Natalie sin conseguirlo- investiga por su cuenta y descubre que lo único que acaba con los monstruos es... el agua. Así es, amigos, nada complicado de conseguir como el plutonio, que como bien sabían Marty McFly y Doc Brown no se puede comprar en la tienda de la esquina. El agua. Ni siquiera leche fermentada o un whisky de malta de doce años. Agua, que hace la vista clara.
Mientras tanto, Steven y Natalie se ven acosados por los monstruos por todo San Francisco, incluyendo una trepidante persecución (vale, es broma) por el metro de la ciudad, y resulta verdaderamente chocante ser testigo de cómo dos jóvenes de escasos recursos que no han sido preparados para el combate consiguen huir de un tren cerrado conducido por uno de los maníacos mientras otros tres (Ape, Tomahawk y Samurai) les persiguen en el interior.
Toda esta maravillosa trama se ve abocada al culmen de la misma: una fiesta de disfraces donde Steven y su repelente grupo musical se van a enfrentar en una batalla de bandas a una simpática formación de heavy metal. Una celebración en la que, listos que son ellos y con la ayuda de Paula, facilitan pistolas de agua a los asistentes con el fin de que ataquen a los monstruos si estos hacen acto de presencia.
Y vaya si lo hacen, pero las pistolas servirán de poco: uno de los villanos, el soldado, dispara sobre la muchedumbre desatando el caos. Menos mal que Paula se hace con una manguera y acto seguido da buena cuenta de varios de los monstruos... Una pandilla infernal que incluye, por cierto y se me olvidó mencionarlo antes, a una especie de dragón enano de un solo ojo de apariencia ridícula y que parece haberse fugado de Munchies, Ghoulies o cualquier engendro similar.
Tras la masacre nuestros protagonistas son llevados a la comisaría, y aunque los agentes de la ley no creen ni una palabra de su historia, no desestiman llamar a los bomberos y acudir a la fábrica abandonada cargados con pistolas de agua (!). Pero hete aquí que esa noche se presenta lluviosa, y los monstruos, que son más bien caseros de los de mesa camilla con tapete y brasero, no hacen acto de presencia. Acto seguido, nuestros protagonistas se marchan contentos afirmando que "algún día dejará de llover", y felices de saber que entonces estarán preparados...
Así, in medias res, como si de repente se hubieran quedado sin presupuesto o alguien se hubiera acordado de que esa noche televisaban un Madrid-Barça, concluye este Neon Maniacs, amigos: una basura que no hay por dónde cogerla dirigida por Joseph Mangine, individuo que previamente solo había filmado en tan emblemático 1968 Smoke and Flesh, un film sobre la cultura del ácido. Ahora entiendo tantas cosas...
Y la gente se escandalizó porque que la debilidad de los extraterrestres de Señales fuera el agua, cuando es una debilidad de lo mas comun, que eso de lavarse se de lo mas insano.
ResponderEliminarDeberías de recopilar y ampliar las críticas de la sección BODRIOS QUE HAY QUE VER y sacar un libro.
ResponderEliminarEsta NEON MANIACS promete y mucho, una especie de MASTERS DEL UNIVERSO pero más cutre aún que el filme protagonizado por Dolph Lundrgren.
La acabo de ver y me ha divertido bastante en su delirio
ResponderEliminarDivertido analisis de la peli jeje
saludos
Intensa, amena y completa reseña!, muy buena. Me ha hecho gracia coincidir en lo de la referencia a "Village People" (inevitable!).
ResponderEliminarSaludazos.
Me ha gustado mucho este artículo sobre la película. Gracias.
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