domingo, 2 de marzo de 2008

Sweeney Todd: La depuración



Con Sweeney Todd (El barbero diabólico de la calle Fleet), la asociación artística entre Tim Burton y Johnny Depp llega a su cénit. Y no es que sea la mejor película que ha surgido fruto de la relación entre el cineasta y el actor (tal honor recae en la genial Ed Wood, el biopic del peor director de la historia del cine y su relación con el actor Bela Lugosi), pero sí pone de manifiesto la depuración tanto de un estilo y una estética muy personales, materializada en la figura del barbero homicida y de una historia despojada de elementos innecesarios, como de la relación que se ha establecido entre ambos desde la igualmente espléndida Eduardo Manostijeras.



Porque Sweeney Todd es, en buena medida, una de las películas más sencillas de Burton: más allá de su imaginería estética, siempre cuidada hasta la saciedad (el Oscar obtenido por el film en la pasada edición de estos premios fue, como no podía ser de otra forma, el de Mejor Dirección Artística), la historia que cuenta se desarrolla de forma totalmente lineal y es fácil de seguir. Porque el film no relata otra cosa que la consabida historia de venganza por parte de un hombre inocente que, paradójicamente, se ve convertido por las injusticias cometidas contra su persona en alguien a todas luces culpable e inadmisible por la sociedad que le cobija.



Y es que Benjamin Barker, pues ese es el nombre verdadero del personaje encarnado por Depp en su sexta película con Burton (también había colaborado con el realizador en Sleepy Hollow, Charlie y la fábrica de chocolate y La novia cadáver), fue acusado por un juez de delitos que nunca cometió y encarcelado durante quince años para apartarlo de su esposa, con el fin de que dicho magistrado se quedase con ella y con la hija de Barker. Ahora, una vez liberado de su condena, el falso culpable vuelve a ponerse en circulación y, al regresar a Londres, adopta la personalidad de Sweeney Todd. Ayudado por la señora Lovett, la propietaria de la peor pastelería de la ciudad, dará comienzo a una elaborada venganza contra el juez.



En el reparto, además de Depp, destacar la presencia de cuatro intérpretes principales, todos ellos nacidos verdaderamente en Londres (Sweeney Todd es, junto con Sleepy Hollow, la película más británica de Burton, con claras influencias de la Hammer Films): Helena Bonham Carter, pareja de Burton y que ya había colaborado con él en El planeta de los simios y la citada La novia cadáver, encarnando a la señora Lovett; el siempre magnífico Alan Rickman, en la piel del juez Turpin; Timothy Spall como Beadle Bamford, mano derecha del anterior; y, finalmente, un inusual Sacha Baron Cohen (el célebre Borat) como el barbero Pirelli, competidor del protagonista.



Sweeney Todd es, también hay que señalarlo, el primer acercamiento en imagen real al género musical por parte de Burton, que ya había flirteado con el mismo en dos producciones de animación stop motion como Pesadilla antes de Navidad o La novia cadáver. Basándose libremente en el musical homónimo de Broadway, crado por Stephen Sondheim, el guión de John Logan en el que se basa Burton resume la historia del mismo, reduciendo en una hora su representación, eliminando casi por completo los elementos más humorísticos y haciendo hincapié en la dimensión trágica del personaje de Barker / Todd, un Conde de Montecristo en clave gótica y gore que convierte la ciudad de Londres en una masacre.



La película no es perfecta, desde luego, y puede acusarse a Burton de darle un ritmo demasiado cadencioso a buena parte de su metraje para luego, en la media hora final, pisar el acelerador, dando al espectador la sensación de estar ante una narración atropellada en la que pasan muchas cosas en muy poco tiempo.



Pero la imaginería visual del particular universo de Burton, plasmada en la gran pantalla por un actor con el que tiene una comprensión total (Depp ya es casi un alter ego del realizador), así como el talento vocal de los intérpretes, convierten a esta Sweeney Todd en un espectáculo visual y auditivo con mayúsculas, un disfrute tanto para los seguidores del firmante de Bitelchús o los dos primeros Batman, como para los amantes de ese género que, después de vivir tiempos de esplendor gracias a Stanley Donen, Vincente Minnelli o Bob Fosse, parecía herido de muerte, hasta que el reciente éxito de filmes como Moulin Rouge, Chicago o Dreamgirls lo ha resucitado con todas las de la ley.

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