Vaya por delante que el bodrio que toca hoy es menos bodrio de lo habitual en esta sección putrefacta, dado que aglutina alguna idea o momento de interés; pero la historia que cuenta es tan lo mismo de siempre que considero no podía faltar en esta sección. Eso, y que esta semana nos hemos puesto finos, en plan Hitchcock y Bergman, y tampoco hemos visto ninguna otra basura destacable.
Queridos incautos míos: espero que no se hagan con una copia de Carver pensando que van a ver una documental sobre el genial escritor norteamericano, autor de los relatos cortos de Catedral o Tres rosas amarillas, porque no lo es... aunque los créditos iniciales afirmen que estamos ante un film basado en hechos reales (no me lo creo ni harto de vino). Este Carver dirigido por Franklin Guerrero Jr, cineasta con nombre de pandillero del Bronx, es un largometraje de ficción de recentísima factura que forma parte del subgénero del terror más salvaje ambientado en los parajes del Gótico Americano, al estilo de La matanza de Texas o Las colinas tienen ojos.
Veamos: los protagonistas de Carver son dos hermanos que se disponen a pasar unos días de vacaciones en compañía de una pareja de amigos. El mayor es más extrovertido y agradable, mientras que el menor todavía conserva cierta rebeldía adolescente y le tiene tanta manía a los amigos de su hermano como a las copas de vino dado su alto centro de gravedad (rarito que es el muchacho).
Como no podía ser de otra forma, lo que en un principio se adivinaba como unos días de asueto y regocijo campestre, se convertirá en la peor pesadilla de sus vidas. Y llegado este punto yo me pregunto: ¿qué les pasa a los jóvenes norteamericanos con los bosques y los pueblecitos olvidados de la mano de Dios? ¿Por qué no pasan sus vacaciones en París, en Roma, o simplemente de bares por su ciudad, o en discotecas o after hours, o se van a la biblioteca y por una vez en su vida leen un libro? No, amigos: en cuanto pillan el puente de la Virgen del Pilar (o su correspondiente en Ohio o Wisconsin), cogen las mochilas y hala, a la aventura... aunque se pasen toda el viaje quejándose y gruñiendo por la opción que han escogido en lugar de quedarse en sus casas. Curioso síndrome este.
Pero volvamos a Carver: necesidades fisiológicas (no, por una vez no me refiero a echar un polvo en el baño, sino en algo mucho más escatológico) obligan a los protagonistas a parar en un bar de carretera. Allí conocerán al dueño del mismo, un tal Carver, y a su hermano, o primo, o hijo o similar, otro Carver de las narices: una mole de carne que juraría no pronuncia ni una sola palabra en toda la película.
El primero les contratará para que le ayuden a transportar utensilios varios de una cabaña al local, algo que él no puede llevar a cabo solo dado que es cojo. Una vez en la cabaña, los muchachos descubrirán por azar una serie de cintas que muestran películas snuff grabadas por el Carver adulto y que muestran brutales crímenes perpetrados por el Carver joven.
Como ven, la misma basura de siempre. Pero el interés de Carver reside en que lejos de darle un barniz irónico al tema, la película se toma a sí misma bastante en serio (lo cual no es bueno ni malo, sino todo lo contrario), y enseguida se convierte en una galería de salvajadas como muy pocas veces se han visto en la pantalla: desde degollar a alguien con una sierra oxidada a reventarle la cabeza a otra a mazazos, pasando por introducir un clavo con su martillo correspondiente en diversas zonas, entre ellas rodillas y frente... y hasta destrozar un testículo con unas tenazas. Sí, como lo leen: no hay límites para el simpático de Carver.
Y poco más: la película avanza sin demasiado interés, dado todos los tópicos que salpican su metraje, desde el retrato del redneck o paleto salvaje al recurso de mostrar un cuarto de baño que podría rivalizar con el de Trainspotting como retrete más asqueroso de la historia del cine. Pero para aquellos gourmets -o, directamente, enfermos mentales- que disfruten viendo salvajadas en el cine, Carver es su película.
(+) La web de la película
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