miércoles, 30 de enero de 2008
4 meses, 3 semanas, 2 días: Cara a cara... al desnudo
El título de la película de Ingmar Bergman viene ni que pintado para titular estas notas acerca de 4 meses, 3 semanas, 2 días, la última Palma de Oro del Festival de Cannes, un premio que al otorgarse a esta espléndida cinta rumana se dignifica como galardón del certamen cinematográfico más importante y respetado del mundo.
Con esta película el realizador Cristian Mungiu, hasta ahora un ilustre desconocido, se convierte en un valor a seguir del cine europeo actual: después de debutar en la dirección de largometrajes con Occident (al parecer una comedia, y quién podría pensarlo tras ver la cinta que nos ocupa) y de participar en el film de episodios Lost and Found, de autoría colectiva, con este su segundo largo se convierte en el primer cineasta rumano que obtiene la citada Palma de Oro (un premio que hasta ahora han recibido cineastas de la talla de Wilder, Rossellini, Welles, Fellini, Buñuel, Coppola, Wenders, Lynch, Tarantino, Kusturica, Angelopoulos o Moretti, por citar solo algunos), así como en el elegido para representar a Rumanía en los Oscar (aunque al final la candidatura no fructificó en nominación).
La acción del film acontece en la Rumanía de 1987: el país vive los últimos años de la dictadura comunista, marcada por un duro racionamiento de artículos de primera necesidad y bajo un férreo control institucional. En una pequeña ciudad viven Otilia y Gabita, dos jóvenes universitarias que comparten una habitación en una residencia de estudiantes. Gabita está embarazada, no sabe muy bien de cuánto tiempo, y quiere abortar; pero esta es una operación ilegal y debe realizarse con mucha precaución en algún hotel anónimo, por lo que pedirá ayuda a su mejor amiga...
Mungiu no necesita mostrar para contar. Que su cámara registre las penurias del día a día se vuelve innecesario, así como el dibujar un retrato cruel y despótico por parte de las fuerzas policiales: a finales de los 80, Rumanía era un país donde hasta los conserjes de hotel podían ejercer de defensores de la ley y guardianes de la moral. Tampoco es necesario subrayar la gran amistad que se profesan las dos protagonistas, cuya relación emocional es fría vista desde fuera pero lo suficientemente fuerte y sincera como para que Otilia realice los mayores sacrificios por el bienestar de Gabita.
De esta forma, la narración (que abarca apenas unas horas de una jornada cualquiera, y que sin contar los sutiles saltos temporales y espaciales entre secuencia y secuencia, se nos muestra en tiempo real) se articula alrededor de un hecho clave en la vida de ambas amigas: el aborto de Gabita, llevado a cabo en una habitación de hotel por un profesional de semejante cometido, en una secuencia cuyos preliminares incluyen las lógicas explicaciones médicas y el sexo como moneda de cambio, y que se nos antoja tan sostenida que deviene en insoportable.
En 4 meses, 3 semanas, 2 días, Mungiu se muestra heredero de la mirada de Robert Bresson y de las de otros adalides de la búsqueda de realismo en el cinematógrafo, al construir una ficción despojada en todo lo posible de cualquier artificio: se prescinde por completo de la música incidental, porque según el realizador el empleo de cualquier melodía subrayaría y matizaría la acción, esto es, establecería un juicio sobre la misma, y su opción (primero moral, por extensión estética) es la de ofrecer unos hechos sin enjuiciamiento por su parte, desnudos del todo, a un espectador lo más libre y virginal posible.
Igualmente, el cineasta renuncia a un montaje más elaborado, que pondría al descubierto el artificio del cine y la mano de su máximo responsable, y aboga por filmar largos planos secuencia montados luego con naturalidad y sin grandes aspavientos técnicos.
Así pues, 4 meses, 3 semanas y 2 días habla del aborto, pero este deviene en una excusa para denunciar algo más amplio: la lamentable situación vital de toda una nación bajo el yugo de la dictadura, que arranca la inocencia a dos jóvenes que devienen en adultas al final del film. Es esta una película que empieza con dos chicas mirándose cara a cara... al desnudo para terminar de igual manera, si bien ambas son ahora dos mujeres maduras. Acto seguido, se produce un requiebro final en el que Otilia (una espléndida Anamaria Marinca) dirige su mirada directamente al espectador, convertido en voyeur, y lo increpa, lo interroga sobre lo que acaba de ver de la misma forma que Mungiu construye su ficción: con discreción, sin prisas y en silencio.
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