__________ (A Miguel Rojas, uno que entiende de esto).
Sé que a estas alturas pensarán que los bodrios que hay que ver es material harto predecible y que habiendo visto uno los han visto todos (o casi). Créanme: no es verdad. No sé de cuántas horas constará su entrenamiento en celuloide de derribo, pero dudo que estén preparados para la experiencia que supone enfrentarse al engendro que hoy nos ocupa.
La noche del terror es un título tan genérico, tan intrascendente, tan sosongo, que es normal pensar que se trata del típico título español que no respeta para nada el original del film. Pues no: también conocida como Las noches del terror, el título original de este pedazo de basura cinematográfica es precisamente ese, Le notti del terrore, en un alarde de creatividad que se extendió a todo el rodaje, como veremos a continuación. La película se rodó (si es que no vino del Infierno ya hecha así) en 1981, y su director (o sea, quien decidía dónde poner la cámara para que todo quedase peor y quien decía a los actores qué momento era el más inapropiado para decir algo) es el simpar realizador romano Andrea Bianchi (no confundir con este otro Andrea Bianchi).
La noche del terror es la película más célebre (luego entenderán el porqué) de su autor, responsable de una oscura filmografía repleta de títulos que prometen experiencias al límite de lo soportable: Bianchi ha marcado su impronta en títulos como Diabólica malicia, Quelli che contano (aka Cry of a Prostitute), Basta con la guerra... facciamo l'amore, Nude per l'assassino, La moglie di mio padre (aka Confessions of a Frustrated Housewife), Malabimba (aka Possession of a Teenager o The Malicious Whore), The Erotic Dreams of a Lady, Giochi carnali, Morbosamente vostra, Dolce pelle di Angela, Incontri in case private o Bambola di carne. En fin, si tienen conocimientos básicos de italiano e inglés se harán una idea de por dónde van los tiros...
Así es: La noche del terror es un oasis del género en mitad de un desierto plagado de subproductos eróticos, lo cual podría hacer pensar a algún incauto que es la película con la que su realizador echó el resto, su particular Ciudadano Kane (aunque fuese de serie Z) en el que reflejar sus filias estéticas y sus obsesiones ideológicas. Si esto es así, visto el film, Bianchi debe estar encerrado en el manicomio Arkham de Gotham City junto al Joker, Dos Caras, el Espantapájaros y el Sombrerero Loco.
Pero vayamos ya al argumento de la cinta, a la que el simpar Viruete califica muy acertadamente, mostrando su herencia deconstrucionista y lo aprendido en las imprescindibles obras teóricas de André Bazin, Noël Burch o Siegfried Kracauer, como "otra peli de mierda con zombies": el film arranca con una escena pre créditos en las que un señor barbudo con pinta de ermitaño estudia un libro sin duda agotado en las tiendas y unas antiguas runas que luego sabremos son etruscas. En dichas runas parece encontrar la clave de algo que llevaba años buscando (no sabemos si el secreto de la vida eterna o la manera de piratear la señal de Canal +), lo cual lo lleva a una gruta en la que comienza a picar piedra (!). Esto acciona un sofisticado mecanismo (lo de sofisticado es una manera de hablar) que libera a un grupo de muertos vivientes que le atacan y lo devoran. Esto último se sobreentiende, porque no había liras suficientes para financiar unos efectos especiales dignos y el realizador opta por una elegante elipsis a lo Ernst Lubitsch.
Una vez terminados los créditos iniciales, el film presenta a sus protagonistas: un grupo de amigos que deciden pasar el fin de semana en una casa de campo, descansando del mundanal ruido y retozando alegremente como cabritillos, en una suerte de encuentros cargados de romanticismo. Uno de ellos, protagonizado por una joven lozana (lo de joven es una manera de hablar) que viste un conjunto de lencería fina (lo de fina también es una manera de hablar) y que pregunta a su pareja: "¿Te gusta lo que ves?", a lo que él responde: "Pareces una cosa extraña. Pero me gusta". Qué dominio del ligoteo el de este señor, puro galán latino a lo Marcello Mastroianni...
Junto a las distintas parejas viaja el hijo de una de ellas, de nombre Michael, y sin duda el gran hallazgo del film: un niño pequeño al que interpreta Peter Bark (esto es, Pietro Barcella), un actor que por aquel entonces ya contaba con 26 años, aquejado de enanismo o algo similar, y que en la ficción, para más inri, padece además un complejo complejo de Edipo: no se pierdan el momento en que, directamente, le mete mano a su madre con la excusa de "ay, qué recuerdos cuando era pequeño y siempre estaba entre tus pechos" (como lo oyen).
El resto del film, como no podía ser de otra forma, consiste en el ataque de los zombis a la mansión solariega, y la continua huida de los protagonistas, que al grito de "¡es un monstruo viviente!" (sic) huyen al ritmo de una anciana aquejada de artritis pocos pasos por delante de unos zombis lentos y débiles hasta la extenuación.
Porque, efectivamente, da la sensación de que los buenos de la película podrían vencerles, como diría cualquier chulo de piscina, a hostia limpia, pero se limitan a dejarse atrapar y devorar por unos zombis que convierten por comparación a los de Lucio Fulci en protagonistas de obras maestras del género.
Para el recuerdo quedan muchos momentos imborrables, plagados de sentencias tal que así: "tal vez deberíamos dejarlos entrar, porque quizá solo quieran algo de la casa, y no a nosotros" (plan maestro de uno de los personajes, cuanto menos arriesgado) o "no podía creer lo que pasaba: las luces se apagaron solas, y luego algunas bombillas explotaron" (aludiendo a un fenómeno sobrenatural que los criados del lugar contemplan con un éxtasis cuasi divino).
Con todo, como decíamos, el recuerdo imborrable de La noche del terror se lo lleva el personaje de Michael, que al final de la película vuelve de la muerte convertido en un zombi más (regenerado con ambos brazos, cuando uno de ellos había sido devorado por una zombi)... ¡para arrancarle a su madre, de un solo bocado, un pecho! ¡Pardiez!
Bianchi y su guionista, Piero Regnoli (escritor un año antes de La invasión de los zombies atómicos de Umberto Lenzi, otra que tal), rematan el film congelando la imagen sobre un grupo de monjes zombis que han atrapado a los protagonistas, y sobreimprimiendo un rótulo, a modo de cita culterana inventada que ni Enrique Vila-Matas, que alude al resurgir de los muertos vivientes sobre la faz de la Tierra. ¿De la Biblia, libro de El Apocalipsis, se preguntarán ustedes? No, mucho más original: se trata de la "Leyenda de la Araña Negra", sea lo que esto sea.
En fin: una auténtica pesadilla, calificada por algunos críticos especializados de los que un servidor debería fiarse más (entre ellos, mi mujer) como "lo peor que he visto en mi vida". También es cierto, por otra parte, que es tan lamentable que en muchas ocasiones se acerca a lo sublime. Y no, no es difícil de ver, pues desde el pasado verano está editada en DVD.
En lugar de gastarse los euros en la enésima edición especial de Piratas del Caribe, ¡cómprense esta joya! Y véanla como yo la vi, en las peores condiciones posibles: doblada al castellano, y con el audio ligeramente desincronizado, convirtiendo a los personajes de ficción (y no me refiero a los muertos vivientes) en entes sin vida cuyas bocas no emiten ningún sonido humano, mientras se ven rodeados de voces que parecen no venir de ninguna parte y solo dicen cosas absurdas. Sus vidas no volverán a ser las mismas.
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