martes, 20 de noviembre de 2007

Bodrios que hay que ver: Ruby

Un servidor no acaba de tener muy claro por qué una película como Ruby es un bodrio. Podría no serlo: la historia tiene su aquel, la protagonista (nada más y nada menos que Piper Laurie) está espléndida, y el resultado final resulta más o menos entretenido. Intentemos de seguido exponer el porqué de su aparición en esta sección de "Bodrios que hay que ver".



Mucho nos tememos que la culpa es del realizador, Curtis Harrington, emblemático cineasta del cine de género de serie B (autor de cintas señeras del subgénero como Night Tide, Queen of Blood, Whoever Slew Auntie Roo o ¿Qué le pasa a Helen?) que aquí ya muestra síntomas de fatiga: la película, estrenada en 1977, ha envejecido bastante mal, el ritmo presenta grandes altibajos, y vista hoy se muestra demasiado deudora de otras películas a las que homenajea-plagia con simpar alegría.



Resulta bastante significativo que después de este film, Harrington solo dirigiera Mata Hari con Sylvia Kristel (según algunos que la han visto, un bodrio con todas las de la ley) y capítulos para series de televisión como Los Ángeles de Charlie, Dinastía, Hotel o Los Colby. Es más, al parecer parte de esta Ruby está filmada por Stephanie Rothman, oscura realizadora de nudies cargadas de gozoso lesbianismo y sexo softcore de títulos tan sabrosones como It's a Bikini World, The Student Nurses, The Velvet Vampire, Sweet Sugar o The Working Girls.



Pero vayamos por partes, y atendamos al argumento: la acción se desarrolla en los años 50, en un autocine regentado por Ruby Claire, una olvidada cantante de nightclub. Pero Ruby tiene un pasado: fue la chica de Nicky Rocco, un famoso mafioso asesinado por sus socios una brumosa noche dieciseis años antes, y cuyo cadáver yace en el fondo de un pantano no muy alejado del propio autocine.



Junto a Ruby vive su segunda pareja, ahora ciego y postrado en una silla de ruedas; Leslie, la hija que Ruby concibió junto con el gangster poco antes de que este pasara a mejor y más pantanosa vida; y Vince Kemper, uno de los chicos de la banda, que ahora ejerce de vigilante y vendedor de entradas del negocio. De igual forma, Ruby ha empleado a otros miembros de la pandilla de su amor fallecido para ejercer de proyeccionista o de camareros del bar del drive in.



Pero un buen día (¿por qué no antes? Tampoco lo tenemos muy claro) los wise guys empiezan a caer como moscas de las maneras más extrañas y absurdas: uno de ellos -nada más y nada menos que Len Lesser, el 'tío Leo' de Seinfeld- acaba dentro de la máquina de refrescos, y su sangre empieza a funcionar como tentempié. Ah, y no se pierdan la escena de la muerte del proyeccionista, atacado a traición por lo que podríamos llamar "el rollo de celuloide asesino". Verdaderamente espeluznante...



Por lo demás, nada nuevo: el film tiene pocos alicientes (aunque, como homenaje a nuestro querido género, el autocine está especializado en cine fantástico, y durante la acción del film se proyecta El ataque de la mujer de 50 pies), y viene a ser una mezcla de elementos de otras películas, de Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses) -el retrato de una star olvidada remite obviamente al de Gloria Swanson en el film de Billy Wilder- al cine de gangsters... pasando por El exorcista.



Y es que el film sobre la posesión demoníaca de Regan filmado por William Friedkin había sido el gran taquillazo de cuatro años antes, y las imitaciones y plagios del mismo se sucedían sin ton ni son: todavía recuerdo con pasmo la adaptación que de Lisa e Il Diavolo, aquí El diablo se lleva a los muertos, de Mario Bava, se hizo para convertirla en La casa dell'esorcismo, con montaje adicional de cura-pegote incluido.



Por ello, aquí es la pequeña Leslie (interpretada por Janit Baldwin, nada que ver con Alec, Daniel, William y Stephen, a los que nada se parece; a mí me recuerda mucho más al Piolín de la Warner) la que muestra síntomas de posesión diabólica (aunque en realidad no es Satán quien la posee, sino el espíritu de su padre, y no les desvelo nada... se adivina en el minuto 1), comportándose de forma inquietante, adoptando posturas contorsionistas en la cama (aunque es bastante más púdica que Linda Blair, todo hay que decirlo) y hablando con la voz tomada, no al estilo del pulmón negro de Zoolander, sino más bien como una mezcla de James Earl Jones, Constantino Romero y un Ramón Langa con un catarro del quince.



En cuanto al reparto, hay que destacar que Piper Laurie está magnífica, como siempre: la protagonista de títulos clásicos como El buscavidas, y recuperada luego por Brian de Palma en Carrie y más tarde por David Lynch en Twin Peaks, ofrece un auténtico recital, aunque da la sensación de que no tiene que esforzarse mucho para ello. Por su parte, Stuart Whitman como Vince también convence. Pero no así muchos secundarios. E imaginamos que es por ellos y por otros aspectos que la película nos parece un bodrio: podría haber dado mucho más de sí, si se hubiesen cuidado más aspectos secundarios y los diálogos estuvieran más afinados. No se pierdan el momento en el que el psiquiatra afirma de la niña que "padece como una especie de sonambulismo", a lo que Vince, que ejerce casi de padre adoptivo, le increpa: "Oh, vamos, doctor, no emplee términos médicos. ¿Qué diablos le pasa?". Hacen falta muchos años de carrera de Medicina para hacerse una idea de lo que es el sonambulismo...



De todas formas, y pese a las pegas expuestas (esos diálogos de relleno, esos efectos especiales de principiante), todavía nos preguntamos después de redactar estas líneas si no habremos metido la pata incluyendo a Ruby en esta sección. Es más, según Carlos Aguilar seguro que hemos errado: "Si Harrington no cuenta con ninguna película redonda, tampoco se le pueden reprochar bodrios" (American Gothic, 2007, p. 293).



Vaya... A ver si Aguilar va a tener razón... Demonios. Igual nos hemos pasado. Pedimos disculpas formalmente. Como diría Doc Brown: "Demonios. Demonios, demonios, demonios".

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