Como bien sabrán ustedes, y si no se lo cuento yo, el subgénero de las buddy movies (o "películas de colegas") es aquel que basa su punto de partida en asociar a dos individuos, de carácter normalmente opuesto, en pos de un objetivo común, que puede ser muy bien detener a un criminal (las estrellas de esta corriente cinematográfica son películas policiacas tipo Arma letal, Tango & Cash y similares), o huir de la prisión (también hay buddy movies al otro lado de la ley: recuerden Fugitivos y Fugitivos encadenados). Igualmente, se da la mezcla de ambos, como la asociación entre el policía y el delincuente de Límite: 48 horas. Incluso hay películas donde los colegas solo son amigos o compañeros de piso (¿recuerdan algunas de las memorables colaboraciones entre Jack Lemmon y Walter Matthau?); lo que ya no sé es si habrá buddy movies de delineantes, concertistas de piano o vendedores de fascículos de Planeta de Agostini.
Pero sea cual sea el caso, dicha relación tiene por norma implícita arrancar como el rosario de la aurora, para luego evolucionar de manera que sus dos elementos se acerquen y comprendan para acabar respetándose el uno al otro... aunque dicho respeto no se contagie al espectador, que puede respetarlos tan poco como al principio.
Este dúo, con el fin de individualizar todavía más a sus dos miembros, y de paso representar a un tanto por ciento bien alto de la población mundial (es decir, la estadounidense) suele ser una pareja interracial: recuerden a Mel Gibson y Danny Glover en Arma letal, Billy Crystal y Gregory Hines en Apunta, dispara y corre, Bruce Willis y Damon Wayans en El último boy scout, Nick Nolte y Eddie Murphy en Límite: 48 horas, Tony Curtis y Sidney Poitier en Fugitivos o Stephen Baldwin y Laurence Fishburne en Fugitivos encadenados.
Por ello, a la hora de realizar una buddy movie con Jean-Claude Van Damme (que reaparece en esta sección de los martes tras Cyborg, y más que vendrán), después de asociarlo consigo mismo en Doble impacto (donde el culturista belga interpreta a dos hermanos gemelos, gracias a la técnica de la pantalla partida, que ríete de Jeremy Irons en Inseparables) y no morir en el intento, le buscaron un partenaire afroamericano, y dada su inexpresividad... ¿qué mejor que colocarle al lado a Dennis Rodman, el jugador de la NBA más célebre por su comportamiento de estrella de rock, sus polémicas declaraciones y sus excéntricos vestimenta y peinado? Sí, vale, había otras opciones mejores, pero es lo que hay.
El resultado es Double Team, producción de 1997 de escasísimo interés, y que supone la primera colaboración de la estrella del cine de acción de serie B con el realizador Tsui Hark, célebre por sus producciones de artes marciales. Hark, al igual que John Woo, era un cineasta reputado por producciones asiáticas que intentó introducirse en el mercado norteamericano de la mano de Van Damme: pero si a Woo le funcionó, y después de Blanco humano ha venido desarrollando una carrera más o menos estable (de la que cabría destacar dos películas estupendas, ambas con Nicolas Cage: Cara a cara y Windtalkers), Hark no ha tenido tanta suerte: después de repetir con Van Damme en En el ojo del huracán, rodada al año siguiente, Hark ha tenido que volver con el rabo entre las piernas (con perdón) al reducto del cine asiático para filmar cosas como Black Mask 2 o The Eye 3.
Double Team, por su parte y como decíamos antes, no presenta demasiados puntos de interés; esforzándonos por encontrar alguno, podría mencionarse la posibilidad de ver a estas dos estrellas enfrentándose a un mafioso interpretado por Mickey Rourke, ya en sus años de decadencia, mucho después del éxito de 9 semanas y media y el prestigio de El corazón del ángel, y mucho antes de interpretar a Marv en Sin City. Es decir, justo en su peor momento artístico, como le sucede a todos los implicados en el film... salvo Rodman, que no se encuentra en el peor momento de su carrera como actor porque no ha tenido otros buenos momentos con los que compararlo: Double Team fue su penoso debut en la pantalla grande, y luego ha participado principalmente en subproductos para televisión, en los que muchas veces se interpreta a sí mismo, y eso poniendo mucho esfuerzo por su parte.
Mención aparte, eso sí, merece el momento de los disfraces, con un Van Damme impagable como mochilero, y donde los protagonistas se parecen más a Mortadelo y Filemón de Francisco Ibáñez (y Javier Fesser) que a action movie heroes, en un film que demuestra las escasas dotes dramáticas de Van Damme. Al menos, por fin, la película le llevó a ganar el Razzie al Peor Actor Protagonista del año, después de varias nominaciones que, lástima, no habían fructificado. Un año glorioso para Van Damme, pues, aquel 1997...
Uno de los grandes "clasicos" de Van Damme, pero al menos es divertida, no como la bochornosa Van Damme's Inferno.
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