Hace unos años, el visionado de Los Increíbles fue una revelación para aquellos que, como un servidor, no gustamos demasiado de los films de animación: porque, aunque es obvio que los films de animación infográfica son espectaculares y todo un derroche a nivel técnico, no acabábamos de verle la gracia a historias como las de Bichos, Monstruos S.A., Buscando a Nemo y similares, y solo los personajes de Toy Story y su secuela, creados por John Lasseter, nos parecían realmente memorables.
Pero el visionado de Los Increíbles, llevados por la afición por el género superheroico, nos descubrió a otro nombre de la factoría Pixar que sin duda había que poner al lado de Lasseter como genio de la animación contemporánea: Brad Bird.
Bird, que ha trabajado durante años en el desarrollo de Los Simpson de Matt Groening y cuyo debut en la dirección (en esa ocasión de animación tradicional), El gigante de hierro, recuperaremos en breve, ofrecía en Los Increíbles una puesta en escena inteligentísima, al servicio de un guión muy elaborado y con numerosos matices, que arrancaba parodiando el género de los superhéroes para acabar sublimándolo, a través de unos personajes que casi parecían de carne y hueso. Parecía un milagro único; pero ahora, con Ratatouille, el milagro ha vuelto a producirse.
Rataotuille tiene dos protagonistas: Remy es una rata que cuenta con un olfato muy desarrollado y un talento especial para la gastronomía; Alfredo Linguini es un joven que carece de dicho talento pero cuyo destino parece ser convertirse en un gran cocinero, por deseo de su madre fallecida. A partir de la relación de ambos, surgirá una pantomina que tendrá por finalidad hacer de Alfredo un gran chef, al mismo tiempo que Remy pueda disfrutar de algo que le está vetado por ser un rodeor despreciado por la raza humana: la alta cocina.
Si los referentes de Bird en Los Increíbles eran directores como Steven Spielberg, George Lucas o James Cameron, para Ratatouille el realizador ha tomado nota de clásicos del cine hollywoodiense: una pizca de la comedia ligera de Ernst Lubitsch, un mucho de los buenos sentimientos defendidos a capa y espada en las cintas de Frank Capra; unos personajes (los humanos, tanto positivos como negativos: inolvidables el chef Skinner y el crítico Anton Ego) que no desentonarían en una screwball comedy de Howard Hawks; y, todo ello, en el marco de un París que no sería extraño de ver en un film de Stanley Donen.
Elementos todos ellos agitados y servidos en un plato de apetitosa apariencia: el trabajo de animación es si cabe más increíble, valga la redundancia, que en Los Increíbles, y el ritmo del film no decae desde que arranca el film hasta que se encienden las luces de la sala.
Por si esto fuera poco, el mensaje de la película, que aboga por luchar contra viento y marea para que se cumplan tus sueños, no está metido con calzador ni se le impone al público, sino que se deduce con naturalidad y por cuenta propia a partir de la historia que narra la cinta.
Un último consejo: no lleguen tarde a la proyección de Ratatouille, pues en ese caso se perderían un estupendo cortometraje de Pixar, Abducido (Lifted), que vale muy mucho la pena. Como casi todo lo que surge de esta nueva factoría de sueños animados, estén asociados a Walt Disney (como en este caso) o no.
Tercera obra maestra de Brad Bird.
ResponderEliminarY si, recupera El gingante de hierro, joyita que pasó desapercibida entre todos los que solo ven dibus si son de Disney.