Vaya por delante que Paul Thomas Anderson nos parece un genio, un animal cinematográfico, capaz de encadenar tres obras maestras de la talla de sus tres primeras películas.
Sidney (también conocida por el título original, Hard eight) es una muestra de cine negro impecable e implacable, con unos actores magníficos: un Philip Baker Hall en estado de gracia es el protagonista, pero no hay que perder de vista a una Gwyneth Paltrow en uno de sus mejores trabajos, así como la presencia de los siempre eficientes Samuel L. Jackson, John C. Reilly y Philip Seymour Hoffman, estos dos últimos muy presentes en la filmografía del realizador.
Boogie Nights consiguió convertir a Mark Whalberg en un actor de verdad (algo que después se confirmaría en La otra cara del crimen de James Gray e Infiltrados de Martin Scorsese, dos soberbios thrillers), en un fresco a lo Robert Altman de la industria del cine pornográfico de los 70, con un espectacular reparto que incluía a Burt Reynolds, Julianne Moore, William H. Macy, Heather Graham y de nuevo Hoffman, sin duda el actor fetiche del realizador.
Y qué decir de Magnolia, nada más y nada menos que tres horas de puro cine, otro gran fresco coral que ofreció al veterano Jason Robards una puerta grande por la que despedirse antes de su fallecimiento, y donde Tom Cruise interpretó uno de sus mejores trabajos.
Llegado este momento, cabe preguntarse: ¿qué sentido tiene en su obra un film tan decepcionante, tan vacuo, como Punch-Drunk Love (Embriagado de amor)? El film, una love story entre inadaptados, pretende ser novedosa por el dibujo de sus personajes protagonistas, y claro está por una puesta en escena fría y un sentido del humor en la línea de Alexander Payne (Election, Entre copas), Terry Zwigoff (Ghost World, Art School Confidential) y, sobre todo, Wes Anderson (Los Tenenbaums, Life aquatic)... pero a años luz de la calidad de los mejores trabajos de estos.
El reparto no logra levantar el interés de una trama que carece por entero del mismo: ni un Adam Sandler competente, ni una Emily Watson que siempre cumple, ni la presencia del omnipresente Hoffman, logran evitar el tedio. Una lástima, viniendo firmada por un cineasta de la talla de P. T. Anderson. Quizá la próxima There will be blood, según el libro de Upton Sinclair, con Daniel Day-Lewis, consiga devolvernos el indudable talento de su autor.
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