Uno de los rasgos característicos de la figura del dictador es la capacidad de fascinación que despierta entre sus seguidores; una fascinación muchas veces incomprensible para el que lo mira desde fuera del entorno económico, social y cultural que ha permitido su ascenso al poder. ¿Les suena el nombre de Adolf Hitler, al que apoyó gran parte de toda una nación?
Este es el caso de Idi Amin, presidente de Uganda a comienzos de los años 70, según nos cuenta el film de Kevin Macdonald El último rey de Escocia, basado en el libro homónimo de Giles Foden, y al que encarna en la gran pantalla un inconmensurable Forest Whitaker.
Whitaker tiene aquí, de nuevo gracias a un personaje real, la oportunidad de demostrar su gran valía: hasta la fecha su mejor trabajo fue encarnar al genial saxofonista Charlie Parker en Bird, de Clint Eastwood; ahora, con El último rey de Escocia, obtiene un merecido Oscar que lo sitúa en primera fila de los actores más reputados del momento.
No obstante, el otro gran protagonista del film es Nicholas Garrigan, un joven médico escocés que viaja a Uganda por puro azar, en un intento por liberarse del yugo paterno y las responsabilidades familiares. Lo que Garrigan no sabe es que en Uganda se verá inmerso en un cúmulo de situaciones que lo abocarán a la perdición...
Garrigan es interpretado por la gran sorpresa del film, James McAvoy (conocido hasta ahora por su papel de fauno en Las crónicas de Narnia), que contra todo pronóstico no solo aguanta el tipo frente a Whitaker, sino que en algunas escenas se crece y le gana la partida, mostrando una amplia gama de matices y enriqueciendo su personaje mucho más allá de las líneas del guión.
Los principales papeles femeninos corren a cargo de Kerry Washington como la mujer más joven de Amin, y de Gillian Anderson (la popular Scully de Expediente X) como Sarah, la esposa del médico para el que comienza trabajando el protagonista.
El film, y suponemos que igualmente la novela en la que se basa, entronca, como señalábamos al principio, con la tradición de la figura del dictador en la literatura: no queda muy lejos de novelas como El otoño del patriarca de García Márquez, Yo, el Supremo de Roa Bastos o, ya en nuestro país, el Tirano Banderas de Valle-Inclán. Y aun participando de la férrea estructura que demanda este tipo de historia (mostrar la tentación del poder, la necesidad de tomar partido, el arrepentimiento y la toma de conciencia), consigue implicar al espectador lo bastante como para seguir con mucho interés las peripecias de la trama.
Lástima que hacia el final Macdonald incluya una escena demasiado explicativa, poniendo en boca del doctor ugandés al que el protagonista sustituye una tesis discursiva a la que el espectador habrá llegado por sí solo. Con todo, vale bastante la pena.
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