Gracias a cuatro películas consecutivas tan maravillosas como Memento, Insomnio, Batman begins y El truco final (El prestigio), el británico Christopher Nolan se ha convertido en una de los valores seguros del cine norteamericano más reciente. Si Wes Anderson, Alexander Payne, Spike Jonze o P. T. Anderson son los nombres clave del nuevo cine de autor, Nolan es, junto a David Fincher y M. Night Shyamalan, la avanzadilla del mejor cine comercial de última hornada.
El talento de Nolan ya es palpable en su primer largometraje, y única producción inglesa de su filmografía: Following. Rodada en blanco y negro y con apenas 71 minutos de duración, el film está protagonizado por actores desconocidos, y en algunos casos se trata de intérpretes que no han participado en ninguna otra película o que directamente son familiares del realizador.
La cinta arranca como una historia intimista, puro cine experimental sobre un hombre (del que pronto sabremos que es un parado que aspira a convertirse en escritor) que se dedica a seguir a personas de forma aleatoria. Pero una vez aparece el personaje de Cobb (una de sus víctimas, que se gana la vida robando en apartamentos cuando sus propietarios están fuera), la trama da un giro considerable y se convierte en un film negro, minimalista y estilizado, con muy pocos personajes, y construido con fascinante malicia.
No diremos nada más sobre la trama, para no desvanecer las diversas sorpresas que en ella aguardan; solo subrayaremos que es un título que merece ser recuperado, no ya solo por lo que ha significado después la carrera de su responsable (que ahora prepara The Dark Knight, la secuela de su cinta sobre Batman), sino por sus múltiples valores intrínsecos.
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