Arsène Lupin lo tenía todo para ser una gran película: un buen punto de partida, literario y con el encanto de la narrativa popular: el inmortal personaje creado por Maurice Leblanc, centrándose aquí en la novela La Condesa de Cagliostro; un presupuesto consistente, a la altura del cine comercial norteamericano, algo que en Europa sólo los franceses parecen poder permitirse; y un reparto internacional, donde destacan Romain Duris como protagonista y el siempre eficiente Pascal Gregory, así como la casi debutante Eva Green y la actriz británica Kristin Scott Thomas (El paciente inglés).
Pero el resultado es verdaderamente mediocre. Y lo es por culpa de la ineptitud de su realizador, Jean-Paul Salomé, que ya consiguió con La máscara del faraón hacer algo que parecía imposible: filmar una película soporífera con maldiciones egipcias y Sophie Marceau.
Y es que en esta Arsène Lupin todo es predecible, sorpresas incluidas: la identidad del asesino del padre, por ejemplo, se ve venir a leguas de distancia; y cuando no te ves venir algo (la verdadera identidad del personaje de Greggory, por ejemplo), es porque resulta increíble y/o fuera de lugar.
Así pues, el interés del espectador va decayendo por momentos a lo largo de dos interminables horas de metraje. Y por si esto fuera poco, Salomé consigue otro gran mérito: que una película de dos horas empiece a interesar unos segundos antes de que finalice; ahí es nada. Una lástima, pues.
A mi me resulto un folletin encantador, la verdad (aunque igual fue por el Sabaté,que me recordaba a Batroc). Cierto que segun avanza va decayendo y que lo del padre es incomprensible pero las sorpresas predecibles las achaco a las convenciones del genero.
ResponderEliminarPues a mí las 2 horas me parecieron 22.
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