En estos días en los que se ha publicado la nueva y alabada novela de Haruki Murakami, Kafka en la orilla, hemos aprovechado para recuperar una de nuestras imperdonables lecturas pendientes: Tokio Blues, su anterior novela.
El libro, que desde que se publicase por vez primera en 1987 se ha convertido en un éxito sin precedentes en Japón, aunando ventas imparables y críticas halagadoras, llegó tardíamente a nuestro país. Pero como se suele decir, ahora que lo ha publicado Tusquets Editores, ha venido para quedarse. Y es que Murakami, hasta ahora un escritor de culto para minorías, amenaza con convertirse poco a poco en un nuevo Paul Auster: esto es, un autor de literatura de calidad y con un universo propio, que consigue llegar a un público lector mayoritario.
En esta Tokio Blues, título por cierto del editor (el texto original iba a titularse como un tema de los Beatles, Norgewian wood, recuperado ahora como subtítulo en la edición española), Murakami relata la historia sentimental de Toru Watanabe, un hombre de treinta y siete años que recuerda sus años de juventud en Tokio, cuando apenas contaba con veinte años de edad. Con el transcurrir del tiempo, la existencia del protagonista se verá marcada por su relación con dos mujeres: Naoko, la novia de su mejor amigo, frágil e inestable; y Midori, alocada y excéntrica.
A lo largo de sus páginas, Murakami hace gala de su estilo sencillo y para algunos demasiado descriptivo, si bien hay que reconocerle su mayor mérito: consigue atrapar en un mundo de ficción la sensación de inestabilidad de las relaciones afectivas, así como la complejidad que todo ser humano alberga en su interior. Que no es poco. De esta forma, el libro culmina con un abrupto final, que subraya lo aquí expuesto, y donde toda la desolación se encierra en una sola frase.
Así pues, y aunque nos parece inferior a uno de sus títulos anteriores, la magistral (y paradójicamente mucho menos conocida y celebrada) Sputnik, mi amor, este Tokio Blues de Murakami, una educación sentimental marcada por los turbulentos últimos años 60, y que a muchos recordará la melancolía que empapa los fotogramas del cine de Wong Kar-wai, merece mucho su atención.
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