Pequeña Miss Sunshine ha sido uno de los indudables sleepers del presente año, desde su revelación en el Festival de Sundance apadrinado por Robert Redford. Y es que se trata de una de esas películas concebidas con la voluntad de gustar a todo el mundo. Y en este caso, lo han conseguido.
Estamos ante un film que parece querer aunar la vocación por ser heterodoxos de cineastas como Wes Anderson o Alexander Payne con el deseo de ser comercial y mantenerse en cartel durante meses. Y es que si los autores de Los Tenenbaums, Life aquatic, A propósito de Schmidt o Entre copas no hacen precisamente concesiones de cara a la galería, los directores de Pequeña Miss Sunshine, Jonathan Dayton y Valerie Faris, acaban por defender los valores conservadores de la familia, a pesar del envoltorio indie de su trabajo.
Esto no quita que la película funcione a la perfección, gracias a un guión bien construido, a la verosimilitud de los personajes y, sobre todo, a la labor de un reparto ajustadísimo, donde es de justicia destacar al veterano Alan Arkin (al que ojalá viéramos más en la gran pantalla) y a Steve Carell, la revelación de Virgen a los 40 y que, a poco que tenga suerte en la elección de sus próximos papeles, dará que hablar bastante.
El mayor logro de la cinta es que, una vez finalizada y habiendo asistido al certamen de "Little Miss Sunshine", cuyo desenlace no revelaremos aquí, el espectador descubre que el gótico americano más terrorífico no es el de La matanza de Texas o Las colinas tienen ojos, sino que se esconde entre los fotogramas de películas aparentemente tan divertidas y para todos los públicos como esta Pequeña Miss Sunshine, al fin y al cabo una road movie por parajes tan inquietantes como los de los mencionados clásicos del cine de terror.
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