Whispering corridors era, como aficionado al terror oriental, una de mis deudas pendientes. La cinta coreana, dirigida en 1998 por Ki-Hyung Park, fue (junto con El círculo (Ringu) de Hideo Nakata), una de las primeras que traspasó las fronteras del continente asiático, originando la fiebre por el cine fantástico oriental que reina en las carteleras de todo el mundo a día de hoy.
Quizá sea por el tiempo que ha pasado, o por las muchas expectativas creadas a lo largo de ese tiempo, que la cinta ha supuesto una gran decepción. Por más que su arranque recuerde a maestros del género como el Brian De Palma de Carrie o, sobre todo, el Dario Argento de Suspiria (ambas, estupendas películas de los 70 ambientadas, como ésta, en centros educativos para chicas), el desarrollo de la trama se lleva a cabo de forma que el espectador acaba cayendo en un molesto sopor.
Al final de cuentas, lo que más interesa de Whispering corridors es el retrato del sistema educativo coreano, basado en una disciplina tan estricta que a veces bordea el abuso físico. Más allá de eso, la historia de fantasmas protagonizada por Jin Ju, la chica que se suicidó nueve años atrás y cuya presencia parece recorrer los pasillos susurrantes del instituto, no interesa demasiado.
Quizá sea por ser un trabajo más occidentalizado que, por ejemplo, la citada Ringu, que caiga en un mimetismo demasiado acentuado y el público tenga la sensación de estar ante algo ya visto. Quizá precisamente por intentar ser más accesible, consigue aburrir a la platea, mientras que el film de Nakata, mucho más personal y -para entendernos- asiático, consiga fascinar a buena parte de su público occidental. Quizá sea el gusto por lo diferente... pero funciona.
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