Ya estrenada entre nosotros como Hijos de los hombres, la última película de Alfonso Cuarón está basada en la novela de P. D. James, y se convierte sin esfuerzo alguno en la mejor película del autor de títulos como Grandes esperanzas o Y tu mamá también.
El film forma ya parte de la tradición del cine futurista de carácter distópico, un subgénero definido por novelas como 1984 de George Orwell o Un mundo feliz de Aldous Huxley. En esta ocasión, la trama está ambientada en un planeta marcado por la infertilidad de las mujeres, un fenómeno cuya causa es desconocida pero cuya más obvia consecuencia es el peligro que corre la supervivencia de la raza humana.
Cuarón consigue un equilibrio perfecto entre un trabajo de ideas y un buen ejercicio de cine comercial, siguiendo las peripecias del personaje protagonista, que encarna, con una perfección ya habitual en él, Clive Owen.
Otro de los logros del guión es un recurso que ya usara Alfred Hitchcock en Psicosis, pero que a pesar de ello no es nada habitual: el eliminar a uno de los personajes protagonistas al poco de estar avanzada la trama logrando que el espectador permanezca en un estado de sorpresa y preocupación permanente.
En cuanto al reparto, dejando de lado a Owen, hay que destacar el buen hacer de Julianne Moore, un breve Danny Huston y, sobre todo, un Michael Caine que otorga a su personaje una personalidad y una dignidad inolvidables.
Finalmente, cuando la película finaliza, Cuarón subraya el carácter mesiánico y de redención de sus protagonistas en el desangelado plano final, si bien deja una puerta abierta a la esperanza. Una puerta muy pequeña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario