jueves, 21 de septiembre de 2006

El hijo pródigo vuelve a Irlanda

En el marco de la novela negra contemporánea, Ken Bruen es un escritor atípico, ya que si bien en sus libros encontramos las constantes del género (principalmente, una intriga policíaca y un reflejo de la sociedad occidental actual), ninguna de ellas tiene un papel protagonista por encima del retrato de su personaje central y las reflexiones que el autor irlandés pone en su boca.



A comienzos de este año ya hablamos largo y tendido de la primera novela protagonizada por Jack Taylor, Maderos, en una columna titulada El escritor que no hacía prisioneros, donde afirmábamos que la trama policial no estaba a la altura del personaje. Esto se repite en su último libro publicado en España, La matanza de los gitanos; y no sólo se repite, sino que se acrecienta. No obstante, lo que en un principio, cuando leímos Maderos, podía parecer una carencia del autor, ahora se confirma como una elección estética totalmente consciente. Las novelas de Jack Taylor entretienen, pero cuando damos por concluida su lectura nos da la sensación de haber estado leyendo a Wilde o a Chesterton más que a Chandler o a Ellroy.

En esta segunda novela de la serie nos encontramos a un Jack Taylor que regresa a su Galway natal tras pasar un año en Londres, ciudad de la que vuelve con una adicción a la cocaína y una chaqueta de cuero. Una vez instalado recibe el encargo por parte del patriarca de un clan de gitanos rumanos de que investigue los asesinatos de varios miembros de su clan.



Cuando la novela finaliza, el enigma se resuelve (eso sí, al más puro estilo de Bruen), y lo que queda es el retrato de un universo visto a través de los ojos de uno de los personajes más memorables de la reciente novela negra europea. Un personaje que es tal cual lo conocemos, con sus filias y sus fobias, sus lecturas y sus costumbres, gracias a la inconmensurable personalidad de su creador.

Adoro a Ken Bruen, qué le vamos a hacer.

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