En el ámbito de la novela negra, no siempre es necesario recurrir a los clásicos que están en mente de todos (Hammett, Chandler, Thompson, McCoy, Himes, Simenon, etc.) para encontrarnos con grandes narraciones del género.
Un buen ejemplo es La chica de California, primera novela de T. Jefferson Parker traducida al castellano. En ella se cuenta la investigación del asesinato de una joven llamada Jannelle Vonn por parte de tres hermanos que la conocieron siendo niños. Cada uno de los hermanos (un sacerdote, un policía, un periodista) se acercará al enigma que rodea a Janelle a su manera. Y cuando finalice el proceso, ninguno volverá a ser el mismo.
Uno de los mayores aciertos del autor es la interacción de personajes de ficción en el marco de un lugar y una época muy reales: la California de los años 60, con la proliferación de nuevas drogas alucinógenas (como el LSD y su gurú, el famoso Timothy Leary), y personajes casi anónimos que todavía tendrían que saltar a la palestra: un Richard Nixon que todavía no es presidente, o un Charles Manson que aún no se ha manchado las manos con la sangre de Sharon Tate.
Pero no hay que olvidar el otro gran hallazgo de la novela, que no es otro que su pluralidad de voces. Este elemento ayuda sin duda alguna a subrayar una de las premisas del género negro: la ambigüedad moral del mundo en el que vivimos. Ahora y hace cuarenta años.
Una gran novela, créanme.
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