miércoles, 2 de agosto de 2006

AutobioGraphix: Almas desnudas

Aunque, como bien señala la antologadora Diana Schutz en su epílogo, no resulta fácil para un artista desnudar su alma en una página, muchos han sido los creadores del noveno arte que accedieron en el año 2003 a participar en AutobioGraphix, peculiar obra colectiva editada en Estados Unidos por Dark Horse Comics y en España por Glénat.



Resulta curioso que la biografía, y por extensión la autobiografía, siendo géneros muy habituales en la prosa narrativa, no lo sean tanto en el ámbito del cómic. De esta forma, este álbum viene a paliar, aunque sea de forma humilde, una carencia en el ámbito del arte secuencial.

Los resultados, como en toda obra colectiva, son dispares. Y resulta curioso que algunas de las historias más flojas sean las de carácter lúdico y vengan de autores tan reconocidos como Frank Miller, al que nadie podrá negar la personalidad de su trazo, cargado de fuerza cinética, aunque su historia no pase de ser una mera anécdota divertida con ocasión del rodaje de Daredevil (donde el autor de 300 intervino en un breve cameo); lo mismo ocurre con Matt Wagner, el creador de Grendel, y su revelación sobre su faceta culinaria; o Stan Sakai, el padre de Usagi Yojimbo, y su visita a Angoulême con motivo del famoso salón del cómic galo.

En cambio, las historias más solemnes, que podrían correr el riesgo de caer en la pedantería, son las que más perviven: ahí está el amargo "He perdido el sentido del humor" de Eddie Campbell (el ilustrador del From Hell de Alan Moore) o el tenso relato "Qu’est-ce que c’est?" de los hermanos brasileños Fábio Moon y Gabriel Bá para demostrarlo.

Con todo, quizá las mejores historias sean "Normas de vida", de Jason Lutes, ejercicio metalingüístico que en ocasiones recuerda al Como entender el cómic de Scott McCloud; "¡Recreo!", de Linda Medley, recuerdo de la infancia perdida cargado de nostalgia; "El edificio que no estalló" de Paul Chadwick, el creador de Concrete, sobre sus años como estudiante de arte; sin olvidar, claro, al malogrado Will Eisner, que vuelve a demostrar en tan sólo tres páginas, por qué su obra, con The Spirit como creación más reconocida, ocupa el puesto que ocupa en la historia del cómic contemporáneo.



El balance final es claramente positivo, si bien el mayor logro de esta obra es su mera existencia, el concepto del que parte... y se echa en falta una mayor extensión, tanto global (que permitiría la participación de más autores, si bien sabemos que no es algo sencillo de lograr), como particular, ya que algunas de las historias publicadas resultan demasiado breves.

En definitiva, un cómic recomendable, al menos por su valor testimonial, más allá de que algunas historias valgan la pena más que otras. Esperemos que tenga continuidad editorial con otros proyectos de semejantes características.

[Ilustración (c) Paul Hornschemeier.]

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