(Un post basado en hechos reales)
Conocí a Burroughs por la película del almuerzo desnudo. Ayer me entero de que muchos años después la película se estrenará en los cines. Recuerdo haberla visto ya en una casa desconocida. Fue en Vallecas o en Tánger. En inglés. Sin subtítulos. No entendí nada. No habría entendido un carajo de haber estado subtitulada. Máquinas de escribir que están vivas. Insectos que hablan por el culo. No recuerdo si el saxo de Ornette Coleman llegó antes o después.
El doctor Benway se parece al jefe Brody de Tiburón.
Ayer terminé de leer las cartas de la ayahuasca. El viejo Billy Lee en busca de droga natural por Panamá, Colombia, Ecuador, Perú. Un potente chute de Burroughs. Cincuenta años después Burroughs me sigue haciendo reír. Burroughs es divertido. Ginsberg no. Ginsberg aburre. Su aullido era poderoso y atronador. Pero la ayahuasca le sienta fatal. A Burroughs le sienta estupendamente.
Los dos murieron en 1997.
Burroughs viaja sólo con lo imprescindible: un chico joven y un cepillo de dientes. Yo también viajo con equipaje mínimo: ayer me trasladaba en autobús con un periódico conspiracionista y un libro de Burroughs. Leyendo a Burroughs veo cosas y el aire acondicionado no funcionaba y la espalda estaba empapada en sudor y yo me río y el tipo que está a mi lado no me mira pero yo sí le miro a él y veo que está leyendo una revista con un titular que dice: "¿Cómo funcionaba un campo de exterminio?".
Según Burroughs cuando tomas un chute de ayahuasca ves una ciudad. Cuando tomas un chute de Burroughs ves un universo compuesto por muchas ciudades diferentes. Pero todas son una fiesta.
Burroughs me sigue haciendo reír. Las últimas palabras de Hasan-i Sabbah, el Viejo de la Montaña, fueron: "Nada es Verdad. Todo está permitido". Burroughs lo sabía. Ahora yo también. Pero él se quedó sin gayumbos antes de descubrirlo.
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