Se estrenó Silent Hill, y se acabó por fin la espera. La de ambos: la de los numerosos fans del videojuego original, y la de los pobladores del famoso pueblo fantasma... "Te estábamos esperando", reza la frase promocional.
Nunca he sido fanático de los videojuegos. Como todo hijo de vecino he jugado alguna vez, y de hecho me he enviciado durante unos días, pero finalmente acabo perdiendo el interés en beneficio de otras actividades (la mayoría conocidas por los asiduos visitantes de este vuestro blog).
Así que a la hora de ver una película como Silent Hill iba bastante virgen de prejuicios. Y digo bastante porque para nadie habrán pasado inadvertidas las muchas limitaciones de películas como Resident Evil, su secuela o Aliens Vs. Predator (esta última, aunque forme parte de dos sagas estrictamente cinematográficas, parte de un concepto nacido en un juego previo). De Doom, un servidor fue prudente y pasó directamente; y eso que fue uno de los juegos con los que más disfruté hace unos años...
Tengo que confesar que Silent Hill, la película, ha sido una sorpresa gratísima. Más allá de elementos que supongo concesiones, y que son inevitables, al videojuego original (la estructura de "superación de pruebas o escenarios", el hallazgo de objetos en su camino, etc.), la película resulta entretenida a rabiar, a la vez que logra su principal propósito: inquietar, y en ocasiones asustar, al espectador.
A ello no es ajeno el indudable talento de su director, el francés Christophe Gans, firmante de películas como Crying Freeman o El pacto de los lobos, dos cintas que tienen en común una fuerza visual y un concepto del espectáculo que le hacen a uno perdonarles sin demasiados reparos cualquier incongruencia o concesión a la galería.
Con todo, hay que señalar otros meritorios artífices de la película, con especial mención a la actriz Radha Mitchell; al guionista Roger Avary (antiguo cómplice de Quentin Tarantino, co-guionista de Pulp Fiction) y, sobre todo, al director de fotografía Dan Laustsen: su trabajo y el de los distintos responsables de la dirección artística y los decorados del film consiguen que la historia cuente con una envoltura fascinante.
Así pues, estamos ante una película que hay que ver en pantalla grande; se trata de una experiencia audiovisual de una potencia subyugante, que arranca con interés y finaliza con una odisea de sangre y venganza realmente catártica, sin olvidar ese epílogo triste y desesperanzado. Una película que, como el mejor cine de terror italiano de los años 70 y 80, se salta alegremente la lógica interna para intentar ofrecer una sensación de terror puro y duro. Y en ocasiones lo consigue.
Además, no me lo negarán, cuenta con uno de los mejores carteles del año...
En fin, que los fans del cine de terror no deberían perderse ni esta cinta ni Las colinas tienen ojos, de la que ya hablamos hace unas semanas. Ambas películas, sobre todo esta última, resultan indispensables para los seguidores irredentos del género. Avisados están.
Yo no quiero tener mala leche, pero le juro que todo el mundo me ha dicho que es una puta mierda de pelicula... se entusiasma usted por nada mi buen amigo?
ResponderEliminarHombre, uno siempre ha sido rarito para según qué cosas... Si sus amigos esperaban una historia más o menos coherente, justificada, creíble, etc., entiendo la opinión negativa; pero yo intuí más o menos lo que iba a ver, y la película me dio eso y más: una odisea ilógica e inquietante de una madre desatada en pos de su hija perdida. Todo, con una factura de producción acojonante y una fotografía de las mejores que se han visto en este año.
ResponderEliminarEn fin, que me lo pasé estupendamente. Prefiero algo así a una película bien construida que no resulte más que una fotocopia de otras mil vistas con anterioridad (que es lo habitual).
Ahora... no me hago responsable... ;-)