Habiendo leído anoche la segunda trilogía del X-Men: El Fin concebida por Chris Claremont, y al hilo de lo que decíamos ayer, con motivo de la Dinastía de M, de la interacción entre las series superheroicas, un servidor reflexiona sobre el tema y se da cuenta también del precio que hay que pagar por ello.
Después de varios años de la etapa adolescente sin leer cómics, y habiendo perdido por ello el contacto con series, personajes, historias y demás, uno no puede evitar de vez en cuando perderse absolutamente, y darse cuenta de que personajes que entran y salen de la historia en cuestión, normalmente como secundarios destacados, le son totalmente desconocidos pero aun así resulta obvio que son alguien y surgen de alguna parte.
Eso me ha pasado con las dos series de tres números (seis en su edición original) de X-Men: El Fin. A espera de leer a partir de noviembre la última trilogía, "Men & X-Men", tengo que reconocer que me encuentro con la trama de Claremont como quien empieza a ver Dinastía o Falcon Crest en los últimos episodios de la temporada correspondiente.
Con todo, en esta saga que narra lo que podría ser el final de la Patrulla X, y de la que el editor jefe de Marvel dijo que era El Señor de los Anillos particular de Claremont, es un gozo reencontrarse con "viejos amigos", además de ir conociendo a otros nuevos. Con paciencia, atención y la lectura de otras series (sin olvidar la posibilidad de recuperar material atrasado), iremos construyendo el puzzle de esta ficción, o de cualquier otra.
Por otro lado, el arte de Sean Chen es digno de admiración. Échenle un vistazo a su trabajo en este "Héroes y mártires", segunda serie de la saga: vale la pena.
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